Varios psicólogos dicen que todo lo que hacemos siempre tiene algo inconsciente escondido. ¿Qué significará retener muchas cosas físicas?

Ilustración: Alejandro Herrerías
Hace exactamente un año me llegó un mensaje que decía “¡Felicidades! Te has quedado el departamento!” Decidí mudarme de casa de mis papás, como un desafío para mí, de vivir una vida independiente, aprender nuevas cosas de la vida adulta, y fortalecer muchos aspectos personales. Me ha ido bien, aunque varias de mis decisiones siguen basadas en el impulso y no en la reflexión, aunque ese es tema de otra columna.
En fin, durante el proceso, el primer reto fue meter mi vida en unas maletitas. ¿Cuál fue mi sorpresa? Que hubo momentos en que me sentía en un episodio de Acumuladores: ¡¿de dónde había sacado tantos libros, ropa y muebles?! Cuando pensé que rentar por primera vez era un borrón y cuenta nueva, cuando terminé de mudarme, llegué a un lugar lleno, como si ya hubiera estado ahí por varios años. Me tardé aproximadamente dos meses en acomodar todo, y si bien faltaban cosas obvias, lo básico ya estaba cubierto (de hecho, en exceso).
Hace unos días, mientras buscaba algo para leer, me encontré un libro sobre la filosofía minimalista en decoración en Japón (¿coincidencia?) llamado ‘Haz espacio en tu vida’ de Fumio Sasaki y al empezarlo, dos cosas pasaron: 1) pensaba lo mucho que me gustaría tener menos cosas y 2) me daba angustia pensar lo mucho que me gustaría tener menos cosas. Me explico: el autor pone fotos de su hogar, que son un mueble, una cama y una tele. Un clóset con cuatro prendas, un baño con tres cosas para cuidado personal, y listo. No más. Y cuando veo mi casa, no dejaba de reflexionar en lo que tendría que eliminar para lograr su estilo de vida: ¿tirar mis discos? ¿Donar mi ropa? ¿Mis cuadros? Después de hiperventilar y seguir leyendo, el escritor hace una pregunta que, quizás, es un buen punto de partida para un proceso de limpieza: ¿qué es lo primero que piensas, que no te permite deshacerte del objeto?
En este punto, recuerdo la película de Up, de Disney Pixar. Carl está de luto por la muerte de su esposa, y decide inflar cientos de globos para llevarse su casa volando, a un lugar al que ambos deseaban ir de vacaciones. Clavémonos en eso: ¡se llevó –físicamente– su hogar a un paraíso desconocido! Pero claro, llega un momento en que los globos se están desinflando, y Carl debe llevar en sus hombros la casa, como si fuera una mochila, la cual se vuelve un obstáculo para escapar del villano, pues no puede correr por el peso. ¿La solución? Sí, Pixar lo hizo muy bien: ¿quieres huir? Déjala ir. ¿Hay imagen más bonita para decirnos que para avanzar, lo mejor es decir adiós?
Las personas tendemos a darle un peso personal extraordinario a los objetos. En mi caso, tengo cosas que me regaló gente en la preparatoria, que me recuerdan a mi infancia, o que me evocan gente que ya no está conmigo. ¿Pero las tengo por el recuerdo, o porque me da miedo olvidar? Es como si ver esos objetos le diera vida a esas memorias. Pero al mismo tiempo, ¿no se están convirtiendo en una carga? Si siempre nos dicen que el exterior es un reflejo de nuestro interior, ¿será que mi mente y mi corazón también tienen los libreros a reventar, y que no le dan su espacio a esta nueva etapa?
Sin embargo, veo el otro lado de la moneda: estaba hablando con un amigo, a quien le pregunté si él podría vivir de una manera ultraminimalista. Él me dijo (y cito): “A mí me gusta tener cosas. Me gusta pensar que mi casa es como mi cueva, en donde me guardo del horror del mundo exterior”. ¡Y creo que también tiene razón! Llegar a mi departamento, prender la tele, jugar con mis gatos, relajarme… bien dice la frase, un hogar es donde puedes ser tú mismo (y tu teléfono se conecta inmediatamente al Wifi).
Avanzo mi lectura, y por fin me encuentro la cita que necesitaba del autor: ser minimalista no es necesariamente llegar al mismo nivel que él, de vivir con una caja y un foco. Pero sí de aprender a evaluar qué cosas vale la pena tener, y cuáles evitan que tengas más libertad. Y así, he decidido dejar la angustia a un lado, y empezar a depurar. Sí, quizás debí hacerlo desde que recibí el mensaje de que me quedé con el depa… pero tal vez necesitaba más madurez para llegar a esta idea… ¿y qué no era ese mi objetivo al mudarme?
Adiós a esos discos y películas que ni siquiera saqué del empaque; los libros de la prepa que no leeré por gusto (¿de verdad necesito ese de biología II?) y los que la gente me dio en Navidad, de escritores que ni siquiera me gustan. Y mejor quedarme con lo que haga de mi mundo un lugar mejor. Algo así como el equilibrio entre todo y la nada. Y ya que lo haga con el exterior, llevarlo a mi interior: no tener miedo a decir adiós a todo eso que sea una carga. Ser Carl en Up: soltar, para ir más rápido.
Y repetirme todos los días: los recuerdos no viven en las cosas. Viven en mí.
*Esta columna se publicó originalmente en la versión impresa de la revista Glamour México y Latinoamérica, en julio de 2018.
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