Pirata

  1. Cuando conocí a Pirata, era un gato muy enojado. Muy, muy cabreado, debería decir. Al menor roce humano se hacía para atrás en la transportadora que lo tenían y ponía una mueca de verdadero terror. Se ponía tan erizo, que lo primero que pensé fue que se parecía un montón a Begbie, el personaje de Trainspotting.
  2. Begbie, lejos de caerme bien, se me hacía intrigante esta adicción a la violencia con la que vivía: peleas a puño limpio, tacos de billar, navajas… para él, cualquier cosa puede ser un arma si usas la imaginación. Así, vi a ese hermoso gatito blanco y negro tan, TAN enojado con todo, que pensé “jaja, eres bien Begbie”.
  3. Pese a lo gracioso y lo bien que le quedaba ese nombre, mi humorcillo nada listillo me llevó a ponerle Pirata por la ausencia de su ojito derecho. Eso, y porque amo las historias de Piratas. Era lo mejor y lo más adecuado, pero para esa etapa llena de rabia e ira, mi mente siempre regresaba a Trainspotting, y a Begbie con navaja en mano.
  4. Y aún con todo el escenario en contra (o que eso parecía), después de un poco de papeleo y un proceso que me dejó en estado de shock (y que sin Graciela, ese camino a casa hubiera sido más apocalíptico de lo que fue), llegué a mi departamento (aquél que era de Polly Pocket) y donde habitaba la soledad, ahora habíamos dos seres conviviendo en el mismo espacio. Ante la advertencia de “es un gato tan enojón, que quizás es feral” y la amenaza de que podría morir asesinada a patas de un gatito ninja, pensé “bueno, sigue siendo mejor que un roomie”.
  5. Pasó el tiempo, y como bien dijo alguna vez mi amiga Gabriela Damián, “a todas las cosas vivas las toca el amor”. Los primeros años no fuimos la familia perfecta, y fueron contadísimas las veces que se me acercó. Pero luego llegó Sorata y finalmente tuvo una amiguita con la que compartía su cama-donita y con la que tomaba el poco sol que entraba por la ventana de ese hermoso departamento. Posteriormente ya comíamos los tres, veíamos televisión los tres. Después empezaron los problemas de salud de Pirata, pero la libramos con ayuda de mi mamá y mi tía. Llegó la pandemia, y la vivimos los tres juntitos. Me vieron cocinar, me vieron llorar, reír. Dormimos juntos, escuchamos música juntos. Éramos familia.
  6. Para el último año en el antiguo departamento Pirata ya no era Begbie, sino que era un gatito ronroneador que amaba los mimos. Robaba atún, robaba jamoncito. Veía intrigado la tele, se bañaba con mucha enjundia. Todavía costaba atraparlo para darle un abrazo o un besito en la nariz, pero esa ya era su personalidad, y eso estaba bien. La familia se trata de amar, sin importar qué.
  7. Cuando nos mudamos al nuevo departamento, ya los tres éramos otros. Sorata era un torbellino de energía, Pirata era un gato súper amoroso, yo era una mujer que finalmente cerró un ciclo, para abrir uno nuevo. Nuevo trabajo, amistades, red de apoyo. Otro mundo.
  8. Aquí, en este nuevo hogar, a las 8 de la mañana entra un sol furioso por la ventana, y el atisbo que me hacía sentir que lo estaba haciendo bien en la vida, fue el primer día que vi a mis gatos dándose un bañito de sol frente a una ventana enorme donde existe una guerra declarada contra una ardilla y que lo único que hace que la paz reine, es el cristal que separa los dos mundos. Una guerra silenciosa, un sol radiante, dos gatos. La vida puede ser, diría Cortázar, bien café con leche.
  9. Recientemente Pirata se enfermó. Algo irreversible. La medicina, lejos de la esperanza de curar, era para retrasar su partida (¿aunque no es lo mismo? ¿No es sanar, acaso, una manera de retrasar la muerte?). Ya hablé de esto hace poco, pero ahora me queda claro cuál era mi miedo. La pregunta incierta que te da la certidumbre de que la muerte vendrá: ¿cuándo va a pasar?
    Y ese cuándo fue el martes 28 de marzo.
  10. Noches antes, me fue inevitable ver lo delgado que Pirata estaba. Cuando lo acariciaba, su columna vertebral se sentía como una marimba, una especie de gatito musical. Noches antes, noté que estaba más ligero, ya no era el mismo gato gordito que hacía que se me durmieran las piernas cuando se sentaba encima de mí. Noches antes, un poco apagado, inapetente, se acostó encima de mí, y me pasó esta idea: “qué raro. Eres como hueso y alma”.
  11. Un día antes de que todo pasara (hay que decirlo, sin miedo: antes de que su muerte pasara), no sé por qué traía tanto Trainspotting en la cabeza. No sé si era el soundtrack, el acento de Ewan McGregor, quizás algo cósmico. Pero el domingo en la tarde puse la película, y la vi con él sentado en mi panza. En algún momento se bajó del sofá, tambaleante, vomitó un poco y ahí fue donde la rueda de la fortuna nos llevó para abajo.
  12. Todo fue muy rápido, humano, digno. Pau (su increíble veterinaria, grandiosa mujer) llegó con él en su transportín. Iba a pasar. Cris y Mariana, presentes, ayudando. Iba a pasar. Yo acostada en el sofá, abrazando el pequeño cuerpo de ese gato al que le había prometido cuidarlo, y que ese cuidado se tradujo en un hogar, en comida, en Sorata, camitas, juguetes. Su sushi de peluche con catnip. Dormir juntos, despertar con él sobre mi estómago. Ver películas juntos, que se sentara en mi regazo mientras yo leía un libro. Que me viera dibujar, escribir, pintar, jugar Nintendo. Hubo muchas cosas, y todas ellas eran la representación del amor.
  13. Y amor también es dejar ir.
  14. It was written that I would love you / From the moment I opened my eyes / And the morning when I first saw you / Gave me life under calico skies / I will hold you for as long as you like / I’ll hold you for the rest of my life.
  15. Cuando todo acabó, no quería dormir. Dormir significaba que al despertar sería un nuevo día, y que el mundo iba a seguir sin Pirata. Ahora seremos Sorata y yo, al menos por un rato, y nos faltará nuestro Pirata. Esa noche dormí sin ese peso extra sobre mi pecho, y lo extrañé como nunca antes había extrañado algo.
  16. Pero todo bien. Todo bien, porque Pirata llegó a mí para vivir bien, y el escenario que se hubiera desatado ante la necedad de no soltar, hubiera sido inimaginable. Se fue como un gato amado, que disfrutó de baños de sol, croquetas ricas, latitas que huelen a chilorio. Fue un gatito de la colonia Roma. Un gatito con labial marcado de tantos besos que le di. Un gatito que conoció a mis amigos, a mi familia, y que todos ellos lo quisieron mucho también. Un gatito que fue tocado por el amor.
  17. Él se fue. Y no sé en qué retorcido universo ando, pero encuentro un poco de consuelo en Trainspotting (ya sé, suena extraño, ni hay necesidad de señalarlo. ¿Pero qué te digo? Diversos son los caminos del duelo). Es la película que casi lo bautiza, la última película que vimos juntos. Pero para este punto, soy Mark Renton.
    Tomar todo, decir adiós.
    (Amé a una mascota, fui correspondida; tomo el amor, digo adiós).
    Aquí empieza todo. Going straight and choosing life.

Breves Reflexiones VI

  1. En enero, el señorcito que cuida el edificio donde vivo se tuvo que ir a atender algunas cosas personales muy delicadas. Durante todo ese mes, su ausencia se reflejó agudamente en el estado del inmueble: pisos polvosos, tapetes sucios, hojas secas paseándose por el estacionamiento, la puerta siempre cerrada, sin un buenos días. Un mes después, regresó, y –aunque suene un poco poético (lo digo como una queja)– el edificio de repente volvió a tener vida. Me atrevo a decir, siguiendo con la licencia poética, que hasta se veía más colorido. Regresaron las mañanas de escuchar la escoba yendoyviniendo en la banqueta, sus pláticas con el señorcito que cuida los departamentos que están en frente. Regresaron los viernes de escuchar cómo trapea cada piso. Volvió a ser un edificio vivo.
    Y pienso: hay lugares que se marchitan sin las personas correctas.
  2. Lentamente acercarse a algo que duele. Hay un extraño fenómeno en pensar que una vive con cicatrices, para luego darse cuenta que son heridas abiertas. Hoy siento que me escucho muy dramática, pero no va tanto por ahí. Sólo son cosas que pasan, sólo eso y nada más.
  3. A veces me da por regresar a algunos textos que escribí hace muchos años. Específicamente a mis 18-19 años, y me sorprende lo honesta y abierta que era. La manera en que hablaba de mis días, de todo lo que hacía, las personas que veía (menos a quienes debía conservar en el anonimato, porque a veces ser joven es ser fácilmente engañado). Extrañamente, hoy en día ya no siento esa libertad. No sé si con la vida adulta llega la conciencia de las consecuencias de lo que decimos y hacemos (uno es dueño de lo que calla pero esclavo de lo que dice, afirma el Cuarteto de Nos), pero una parte de mí siente que en la honestidad también debería existir valentía. Y por otro lado, en realidad no hay nadie a quien me vaya a enfrentar, que no sea yo misma.
    Y ese es el problema.
  4. En un ejercicio de honestidad: hace poco hubo una conexión que movió el mar que llevo por corazón. Un mar que yo creía tranquilo, pero en realidad sólo estaba conteniendo una tormenta que siempre apaciguo con ideas en las que (¿quizás?) no creo (¿estoy siendo muy ambigua?). Pero hay algo bueno en voltear a ver ese mar. Algo bueno y angustiante.
  5. Confusion is trying to take a hold of me / All I wanted was peace inside a sanctuary / I lived my life so desperate to be in control / Scared of getting hurt again, but now I realise / It’s all for nothing, all for nothing.

Algunas cosas sobre algo que todos odian

  1. Disclaimer: No voy a defender el cigarro. Puedo ser de muchas cosas absurdas en esta vida, pero defender algo así me parece necio.
  2. Soy una persona que bebe, que a veces se altera los sentidos. A veces como cochinadas, y que algunos domingos no hago nada. Soy una persona –a eso voy– que a veces hace cosas, y algunas de esas cosas tienen la particularidad de hacer daño. No digo “matan”, porque si nos clavamos en eso (y si se me permite ser muy intensa) el simple hecho de vivir mata; pero sí hay una diferencia entre acercarse a la muerte por el paso del tiempo y por hacerse daño. Hay una idea aquí que no exploraré el día de hoy.
  3. Un día desperté y se anuncia que en la ciudad estará prohibido fumar en todos lados prácticamente. Bares, conciertos, terrazas, donde quieras. Y está bien, supongo. La lucha por la salud, la vida, lo que quieras. Pero me parecen curiosos algunos fenómenos que surgen a partir de esto. Por ejemplo, la oportunidad de la gente no fumadora de decirle a alguien “eres un asco”. Los infinitos tweets, posts, comentarios de “me alegra que tú, y esa asquerosa bruma que te sigue, vivirán lo que siempre debieron vivir: ser repudiados”. Y no soy tonta: entiendo lo molesto que es el humo, el olor, lo entiendo todo. No vengo aquí a que me expliquen la anatomía de su odio, que me queda muy clara. Únicamente me parece curiosa esa altanería con la que la gente te señala con el dedo índice apuntando a la cara, y creen que la ley consiste, no sólo en prohibir el cigarro, sino que admitas que eres un asco.
  4. Tampoco fumo tanto. Incluso le tengo un cariño especial al cigarro. Máximo tres a la semana, o puedo pasar un mes y cacho sin abrir mi cajetilla que guardo celosamente en un cajón. A veces algo de trabajo no sale, y el cigarro frente a la compu surge. A veces fumo después de llorar (si me preguntas, el mejor de los cigarros). A veces cuando leo sale uno. En mi vida es una compañía en momentos donde quiero un impulso. Es un gusto adquirido de algo que, curiosamente, no sabe ni huele bien, pero que me atrevo a llamarle placer.
  5. Un cigarro ha sido mejor compañía que algunas personas. Pienso: personas me han hecho más daño que un cigarro (qué pretenciosa yo también).
  6. Y lo entiendo todo. Entiendo el odio al cigarro, al humo. Empecé este post diciendo que no lo voy a defender. Pero como alguien que ocasionalmente recurre al cigarro, al menos poder expresar este vínculo sin que se me señale como un asco de ser humano sería algo lindo. Pero menciono el tema, y a todos se les babea la boca por decirme de sus tías que fumaban embarazadas, de los tíos que fumaban 8 cajetillas diarias. De sus hermanos que fumaban en los kinder, los maestros que fumaban en los salones. Y de todos, se menciona: “Son un asco, son un tremendo asco”.
  7. Sí, también me tocó presenciar esas situaciones. Incluso ver a gente sufrir por esto. Pienso: oye, ya sé. Ya sé. Y no los defiendo a ellos. Sólo quería decir: a veces me gusta el sabor del cigarro. Me da un poco de placer. Gracias.
  8. De esto, veo cómo el ser adicto a algo es sinónimo de no merecer llamarse “ser humano”. La limpieza como modelo a seguir. Otra idea que no exploraré el día de hoy (este es un humilde blog, quiero enfatizar).
  9. Una vez, alguien me dijo que su papá murió de cáncer. Fumaba. “Yo lo dejé, pero a veces se me antoja”, continuó. En otra plática, me dijo: “pese a todo, me gustaría echarme un cigarrito contigo“.
  10. Cigarrillo forrado de blanco / El color de la pureza y, ¿Qué llevás en el alma? Lo negro / ¡Cuántos somos los que nos aferramos / A tus pitadas profundas y exhalamos de una vez! / (Mientras tragamos tu veneno).
  11. Pese a todo.

Posibilidades

  1. Empiezo el año con una noticia quizás no tan inesperada, pero definitivamente pensé que no la escucharía tan pronto: mi gato, Pirata, tiene una enfermedad renal. Algo común en los gatos, pero incluso si se piensa como un consuelo la idea de “porque así pasa”, duele escuchar esto porque Pirata no es un gato común.
  2. Pirata se distingue por su porte elegante, un ojo, dos orejitas bonitas y un pelaje blanco y negro, que en alguna especie de ironía, me ha llenado la vida de color. Este gato, el gato con quien he compartido espacio estos últimos años de mi vida, está enfermo, y es algo con lo que tendremos que vivir. No es algo necesariamente fatal (¿otro consuelo?), pero no todo tiene que ser catastrófico para que pese en el alma: la infinidad de posibilidades, todos los caminos a los que esto nos puede llevar, es suficiente para pensar que este mundo, así como tiene maravillas, también tiene cosas espeluznantes.
  3. De hecho, hace algunos años vivimos un episodio catastrófico: una sonda en su cuello que conectaba a su estómago, un Pirata escurridizo difícil de encontrar. Sanar heridas, inyectar comida, abrazarlo mientras me llegaban mails terroristas del trabajo (antes de conocer la maravilla que es trabajar desde casa, la pre-pandemia). Pirata libró la muerte, en parte por mi mamá y mi tía quienes me ayudaron en la titánica tarea de darle sus medicinas, y en parte porque, en este resplandor de posibilidades, todavía no le tocaba irse. Pero desde entonces, desde ese lapso en nuestras vidas, he tenido presente que las cosas, las personas, los días se nos van, y mi gato se va a ir un día.
  4. Ahora el escenario es diferente. Trabajo desde casa, por lo cual es fácil vigilarlo. Puedo darle su medicina con más calma, con más paz, con un horario más humano. Un Pirata ya no tan escurridizo, que ya no huye a la menor provocación. Únicamente son dos medicinas (una pastillita que le doy sin problemas y un polvito que, aunque juren que sabe al paté más elegante del palacio de Versalles, él nomás no da. No da). Hay un escenario distinto al de hace algunos años, pero creo que también soy diferente: te quiero ayudar, y estoy en posibilidad de hacerlo. Y lo haré. Y como soy Libra, equilibrar: prometo no tener pensamientos de desastre, también prometo pedir ayuda si la necesito.
  5. Quizás no estoy tan sola en este mundo.
  6. Estas últimas noches, Pirata se duerme a la altura de mi cuello. Poso la cabeza en él. Es como si lo supieramos.
  7. En el refrigerador, un cajón guarda sus medicinas y las mías. Los dos ahora tenemos otra conexión cósmica: medicamentos que nos acompañarán por toda la vida. Y eso está bien.
  8. La simple idea de que Pirata deje este mundo me truena el corazón. Es pensar: Sorata y yo nos quedaremos solas. Es pensar que no querré amar a otro gato en mucho tiempo. Es pensar en todo lo que pude haber hecho, y pensar en tenerme un poco de piedad, porque ni yo puedo ganarle a la muerte. Es pensar en todas las ausencias que vendrán. Hay cosas que me esperan en esta vida, buenas y malas, depende del cristal con que se miren, pero a lo que me quiero referir no tiene que ver con juicios de valor: me refiero a que todo eso llegará y que tendré que ser fuerte y tendré que ser débil y que todo pasará. Que todo pasará y que deberé caminar en línea recta a una dirección que nadie te da.
  9. Pero ya. Estas cosas, estas emociones, se pensarán cuando se tengan que pensar, se sentirán cuando se tengan que sentir. “Debo estar bien, para que él esté bien”. Pirata me necesita, y aquí estoy. En el paisaje que hay en mi alma, necesito que habite un cielo despejado, brillante, con una luz enceguecedora. Una luz en la que, no obstante, hay un punto negro en medio, una estrella negra titilante, que me recuerda que para todo día hay noche, y que eso no lo juzgue. Sólo es. Y llegará. Porque así pasa.

Breves Reflexiones V

  1. Estos días ha habido algunos flashes al pasado, especialmente por una plática en París; recordar los blogs, noviazgos toxiquísimos, escribir como si mi vida dependiera de ello. Y quizás era así; nada me desahogaba más que abrir el desk de blogspot y escribir, escribir, escribir. Una verborrea juvenil e ingenua, el día a día, dejando pistas de dolor entre las palabras, imposibles para los demás, pero clarísimas para mí. Pero ese pasado ya no duele, ya no se siente punzante. Al contrario: me causa curiosidad, fascinación. Me deja claro que he vivido bastante. La mayor prueba es que lo recuerdo en una plática en París. Cuánto he cambiado.
  2. Otra plática en París, con otra persona a la que admiro mucho. Me pregunta si tengo pareja y respondo “creo que ahora me emociona conocer gente”. Reflexiono mi respuesta en el avión de regreso a México: Me emociona la idea de conocer, pero no la de memorizar. Y eso está bien.
  3. Surge una nueva idea en Berlín, mientras como mi desayuno y un mesero se ríe de la ternura cuando le pregunto cómo se dice “en efectivo” en alemán y me responde “es tan complicado”. Nos reímos. Se levanta, me da unos golpecitos en la espalda y me dice “Have a wonderful Day”. Wonderful, indeed.
  4. Escribir, para recordar. Leo en algún lado: “El cerebro es para tener ideas, no almacenarlas”. He confiado demasiado en mi memoria y algunas ideas que quiero hacer realidad se tornan difusas ahora. Intento el ejercicio de tomar notas de todo. A ver qué pasa.
  5. En algún momento, escribir lo que fue Berlín, lo que fue París. Pero en un breve, brevísimo resumen: me gusta estar viva. No, más bien: me gusta vivir, con sus consecuencias, con sus haces de luces. Sin lo que tanto anhelaba, sin aquello que me roba de mí.

Breves Reflexiones IV

  1. Cada día me cuesta más trabajo descifrar algunas emociones. Una parte de mí siente un eterno aburrimiento a la idea de alguien, a la idea de conocer, memorizar otra historia que no sea la mía. Las historias que me aprendí (¿que me tuve que aprender?) de la gente con la que estuve, ahora –bien vistas y bien lejanas– me resultan tediosas, grises. Pero en esas historias, cuando fui parte de ellas, nunca recibí ni encontré lo que siempre quise. Amor fue, sí. Pero yo quería otra cosa.
  2. A veces pienso que todo lo que sentí a los 20, es producto de forzar las cosas. De sentir lo que todos querían que yo sintiera.
  3. Tiene mucho tiempo que no me siento infatuada, e incluso pienso que ni vale la pena. No lo digo en tono altanero: únicamente no me da. A veces pienso: “estoy aburrida; no sé si debería enamorarme o clavarme un cuchillo en la pierna” (¿esto es un chiste?).
  4. Abro lentamente los ojos y hay una mano extraña sobre mi pecho. Un peso extra sobre mí. La cortina que apenas y deja entrar un hilo de luz revela el perfil de un rostro desconocido. Tatuajes en el pecho, nariz afilada, pelo largo que hace unas horas estaba enrollado en un rodete. El recuerdo del ímpetu. Me permito acurrucarme y disfrutar de lo que no sé, de lo que no tengo que memorizar. Hay algo místico en lo desconocido. La respiración alcohólica, la colcha contra la piel. Todo es tan nuevo cuando amanece.
  5. Veo Fleabag. “Ya sabes lo que vas a hacer”. No lo sé, sí lo sabes, no lo sé, sí lo sabes. Y así es a los 30, creo: lo sabemos. Lo sabemos bien.
  6. En muchas historias, el terror habita en lo que no ves, lo que no entiendes. Quizás de lo que hablo –lo que busco– también habita en esos lugares.

Adiós, pequeño primer departamento, adiós

Hoy le dije adiós a mi primer departamento de vida independiente. Lo descubrí un día en que llegué muy –muy– temprano a terapia, y simplemente se me ocurrió pasar a verlo. Y funcionó exactamente como el amor debe funcionar: la curiosidad me llevó ahí. Era pequeño, pero perfecto. No pasó ni una semana cuando estábamos firmando los papeles (todo fue tan rápido, que sólo me confirmaba lo que Julieta Venegas dice en una hermosa canción: que era para mí) y con eso marqué en mi vida un antes y un después. Todo se movió, y una nueva aventura empezó.

***

Hace cuatro años y medio no tenía toda la tonelada de cosas que tengo hoy en día, por lo que mis libros, mi cama y mi ropa nos mudamos relativamente rápido. Fue una mudanza dolorosa que viví sola; pasando cosas en dos maletas en el metrobús, cuando el trabajo me lo permitía… pero no había problema, porque se iba a lograr. No había de otra en realidad, las cosas simplemente tenían que salir bien y punto. Y cuando ese proceso pasó, recuerdo con mucho cariño la primera vez que desperté en ese departamento de la colonia Roma Sur: abrir los ojos y ver un montón de bolsas negras, libros amarrados con mecates, tener en la cocina un plato, un vaso y un tenedor. Pasaban los días, y el orden fue sustituyendo el caos, hasta que hubo un momento en que me pude sentar (en una de las sillas incomodísimas que tenía) e hice lo que no había podido hacer durante meses: suspirar y descansar, en un lugar al cual ya podía llamar hogar.

´***

Era un departamento pequeño. No puedo poner más énfasis en eso, pero era un hogar. No tengo otra cosa que respeto y mucho amor por ese pequeño lugar, que me protegió de la lluvia, me dio sombra en días de sol, me dio calorcito en los días de frío. Le dio paz a dos hermosos gatitos (que para ellos, me decía mi amiga Graciela, era el Palacio de Buckingham) y que recibió a muchos de mis amigos para comer pizza, tomar vino, jugar Nintendo. Mi departamento sabía cuando tenía problemas y cuando iba por más (como dijera mi canción favorita de El Cuarteto de Nos, Habla tu espejo). Me vio llegar en la madrugada de fiestas buenísimas, de bodas, cenas que acabaron en buenas anécdotas. Me vio viviendo cosas nuevas, recordando cosas nefastas. Me abrazó cuando llegué a llorar, cuando estaba rendida. Me vio en momentos de confusión, de depresión, melancolía. Me vio eufórica, alterada, escuchó mis carcajadas. Sonó ahí mi música, vi mis películas favoritas. Todo ahí era yo, y era un lugar donde yo podía ser más yo que de costumbre. Así define Raphael Bob-Waksberg el amor, y eso era lo que teníamos este departamento y yo.

***

Antes de decirle adiós, compré un helado de gansito (¡ahora vivo cerca de una Michoacana!) y me llevé una velita con olor a galleta. La prendí, y me comí el último postre que comería ahí. Barrí un poco, recogí las últimas cosas y me di cuenta de que en la puerta dejé un papelito con un haikú, de una vela que me regalaron hace mucho. Decía esto:

Beyond the dunes
far away golden feelings
bring new memories.

También me di cuenta de que no me había llevado un espejo enorme que tenía colgado en el clóset. Pensé dejarlo, pero la verdad es que es un buen accesorio para la nueva casa, y que sólo tendría que caminar con él dos cuadras, así que lo descolgué, lo puse junto a la puerta y le llamé a la que cuida el edificio para darle las llaves. Recorrimos el departamento, me agradeció por todo, le agradecí por todo. Le pedí que cuidara al niño que vive con ella, que yo notaba que quería hablar conmigo de animé, pero nunca se acercó (¿será buena idea mandarle libros? Me lo llevo de tarea). Le entrego las llaves, le dejo mi número. Me abre la puerta, porque ya no pertenezco ahí, y me voy. Ahora soy una extranjera de un lugar al que llamé hogar.

Camino, con el espejo en mis brazos, a mi nueva casa. De cierta manera, ya sólo me quedaba llevarme lo único que realmente tengo: a mí misma, en forma de reflejo.

Gracias, pequeño departamento de la Roma Sur. Que en tu historial quede marcado que hiciste a una mujer inmensamente feliz. Pocos lugares –y personas– pueden presumir eso.

Bitácora 1

  1. Tiene mucho que no escribo para mí. Hace unos meses dejé el periodismo de estilo de vida y pensé que esto sería más fácil, pero la verdad es que escribir –para uno, desde uno– siempre es más complejo; de cierta manera es un tratar-de-conectar, algo en lo que últimamente no soy muy buena. El mundo me resulta ajeno, distante, aunque lo más seguro es que sea yo. Pero todo pasa, todo pasa.

  2. (Regreso a la escritura, sólo cuando estoy tocando fondo).

  3. Es septiembre, es la época virgo, lo cual sólo significa una cosa: poner orden. Y si bien en el corazón tengo un bien-sabido desmadre, mi casa está pasando por un momento de depuración tan grande, que me gusta pensar que es una metáfora para lo que viene en mi cabeza. Le he dicho adiós a libros, cuadernos, ropa, discos. ¿Lo más grande? Un librero, el primer mueble que compré con el sueldo de mi primer trabajo, en una época donde aún creía en los discos compactos y los DVD’s. Pero ahora –sin discos, sin dvd’s y con muchos libros– se ha ido de mi departamento… pero le agradezco el espacio que compartimos por tantos años.

  4. “Me divorcié. ¿Te conté?” Me dice mi vecina. Le regalé el librero a ella (que ofrecí en el chat de vecinos), y al terminar de subirlo a su coche, yo a punto de despedirme, me detiene con esta frase. Recuerdo abrir los ojos de una manera asustada (que seguro se vio muy dramático por el cubrebocas). Será que aunque no creo en el amor eterno, no me deja de sorprender la constante confirmación de esta idea. Me acerco con la respectiva distancia que una pandemia mundial exige y me cuenta los escabrosos detalles. Digo escabrosos, porque un divorcio siempre será un proceso que se deba describir con ese adjetivo… aunque debo aceptar que, al final, me cuenta cosas que –por dios– todas hemos vivido con un hombre.

    También me cuenta que todo esto pasó hace un año. Ya lloró, ya fue a terapia, ya renació. Le digo que, de hecho, se ve muy bien, y me dice “lo estoy”. Al no ser una historia mía, no diré muchos detalles, pero sí uno que me parece interesante: eran un matrimonio judío. Ella se convirtió, fueron a Israel, duraron 20 años. ¿Pero ahora? Me dice que aún hay tiempo para descubrir quién es. El primer año de su nueva vida, y todo bien. Todo bien.

  5. Tembló, otra vez. Yo estaba en un streaming en vivo, y me pasó como en esos videos de los noticieros del 85, donde la gente ve a la cámara y dice “está temblando”; estábamos hablando de videojuegos, y la conductora expresa “está temblando, hay que salir”. Levanto la mirada y veo que mis cuadros se balancean in crescendo, así que tomo las llaves, mi cubrebocas y siguiendo las reglas de lo complejo que es atrapar a un gato (más si debes hacerlo en diez segundos) salgo al mismo tiempo que deseo con todo mi ser que los gatos (ya escondidos en algún lado) se metan a sus respectivos transportines en caso de algo y que nos les pase nada.

    Ya afuera, todo es algo así como una secuencia de terror, más o menos como cuando en The Last Of Us todo se va al carajo y la gente entra a un irreparable estado mayhem: en el momento en el que pongo un pie fuera del edificio, las luces empiezan a parpadear. Un grupo de vecinas se abrazan, lloran y gritan “no puede ser”. Sigo caminando al otro lado de la calle y noto que me tambaleo, de verdad va recio. Mi vecina (la del librero) me ve y me dice “ven, por favor”. Me agarra el brazo (ni siquiera me toma de la mano, me agarra el brazo) y en ese instante se va la luz. Ella tiene los ojos cerrados, mientras que yo los tengo bien abiertos. Luces blancas y verdes empiezan a aparecer en el cielo y se escuchan truenos, golpes, los árboles crujen. Las luces en el cielo me dejan ver los postes de luz moviéndose, con los miles de cables enredados, y me pasa por la mente la sutil idea de que quizás se podrían caer sobre nosotras (pero no pasa, no pasa). Sigo pensando en lo atenta que estaba ante la situación. Es decir, si me va a agarrar el fin del mundo, será viéndolo, no hay de otra.

  6. Ya más analizado, en un momento de ese horrendo apocalipsis, mi vecina empieza a rezar un Padre Nuestro. No sé si su conversión al judaísmo sólo fue por el matrimonio o si había un apego a la religión, pero creo que al final uno reza por aquello que cree que lo va a salvar. Yo antes lo hacía, ahora ya no. “The pain of being a hopeless unbeliever”, dice Belle and Sebastian.

  7. Después de ese infierno, todos entramos a casa. Logro contactar a todo el mundo, ya más tranquilos de que todo bien. Me pongo la pijama, los gatos se suben a la cama y forzo un poco el insomnio. ¿Debería dormir? Es decir, vivimos algo horrible, ¿no? Las luces, el choque de los postes, las vecinas llorando, los rezos. ¿Todo bien?

    Al día siguiente, el sol brilla como nunca. Puedo hacer mi trabajo sin problemas, los Trending Topics en redes sociales son más graciosos que depresivos (que ya es mucho, especialmente en redes sociales) y todo va, como si nada. ¿Fue una pesadilla colectiva? Se sintió igual que estar despierto.

  8. Todos los fines del mundo son iguales.

Una historia que me ha acompañado más de la mitad de mi vida.

Todos tenemos un libro, una serie o una película que nos ha acompañado la mayor parte de nuestra vida. Creo. Y al menos en mi caso, ha sido Neon Genesis Evangelion.

Aproximadamente a los 12 años –siendo yo una esponjita de series, películas y libros– fueron mis primeros inicios con el animé, y mi obsesión con Evangelion fue ENORME, monumental. Y si bien no entendía al 100% toda la historia (21 años después seguimos igual), me maravillaron la narrativa, los personajes y el contraste de ambientes entre una tecnología de punta y constantes crisis humanas existenciales en pleno apogeo. Casual.

Un recuerdo: en el tianguis de los jueves que estaba por mi casa cuando vivía en Iztapalapa, siempre estaba un buen hombre que en mi vida fungió como un dealer de manga y animé, quien logró conseguirme todos los episodios, las películas, tarjetas coleccionables y muñecos de Evangelion, que ahora seguro están guardados en casa de mis papás. Un día hablaré más de todos los tesoros que conseguí con él, pero de verdad no puedo esperar a visitar a mis papás y abrir ese baúl de recuerdos.

En fin, que esta es la historia de una historia que ha estado conmigo desde los 12 años. Y aunque la veo religiosamente una vez al año, siempre encuentro cosas nuevas, cambio de opinión sobre otras y de vez en cuando me lleva a nuevos sentimientos que son una mezcla de melancolía y vacío, que no está mal sentir y pensar en ellos, especialmente cuando te vistes de sonrisa casi diario.

Ahora a mis 33 años me he hecho de la nueva afición de comprar mangas y como amante de la lectura y los libros, no puedo explicar lo enriquecedor que ha sido conocer en papel algunas historias que me enamoraron en sus versiones animadas. Y fue hasta ahora que por fin pude conseguir los 14 tomos de Evangelion, y saldar OTRA deuda con la joven Elsa que jamás pudo cumplir la titánica tarea de conseguirlos, especialmente porque en esos días sólo estaban los importados, carísimos y yo sin un peso (¡iba en la primaria! Denme chance).

Pero ahora trabajo, gano dinero, me compro cosas y los libros me hacen feliz.

Ilustrado por el genial Yoshiyuki Sadamoto, en el manga descubro todavía MÁS cosas de la historia. ¡MÁS! Y de hecho, mi corazón fatalista se regodea, porque el autor se atreve a ir a emociones más crueles y profundas, acentuando la esencia de lo que conocimos en el animé: el fin del mundo no tiene misericordia alguna, pero está bien. Solo así te puedes descubrir.

(A partir de aquí, algunos spoilers).

En el manga se explica lo fundamental que resulta que un EVA tenga un alma humana. Nos explican más de Yui Ikari y su fusión con el EVA. En el manga, Touji muere a manos de Shinji. No lo deja con rastro de vida, sino que lo mata. Además, esto sucede cuando el EVA está en piloto automático, que se traduce en que Gendo obliga a madre e hijo a matar a un chico. Conocemos a profundidad personajes como Kaji y Misato, eligiendo cómo morir; entender la verdad es lo único que le da sentido a sus vidas. Se da por obvio que salvar el mundo ya ni era una opción.

Ahora con más edad y un poco más de sabiduría, tanto en los libros como en el animé ya no me cuadran los chistes de la sensibilidad de Shinji. Son graciosos los memes, son graciosos los videos, pero ahora (no sé mañana, no sé en unos años), comprendo Neon Genesis Evangelion como la historia de una persona que se destruye para volver a edificarse. Y así se siente cuando decides tomar la rienda de las cosas, ¿no? Se siente como el fin del mundo, para luego tener un lienzo blanco. “Vestigios” es la palabra con la que se refieren a las huellas de un apocalipsis del que nadie se acuerda en el último tomo del manga, pero que todos estuvieron ahí. Vestigios del dolor, los errores.

(Recuerdo esta línea de ‘Fight Club’ de Chuck Palahniuk:  ‘At the time, my life just seemed too complete, and maybe we have to break everything to make something better out of ourselves‘)

En fin, que me he extendido mucho. Escribir todo lo que me ha enseñado este animé me llevaría más tiempo, y yo solo quería contestar una pregunta que inicié en Instagram, con las recomendaciones de libros que tanto me gusta hacer: ¿vale la pena leer todos los manga de Neon Genesis Evangelion? Sí. Mil veces sí. De hecho, cuando compré todos los libros, pensé que serían un buen complemento del animé, pero van más allá: son dos cosas distintas, pero con un mismo corazón. Ambas sorprenden de distintas maneras, enamoran de distintas maneras y afectan de distintas maneras. Tienen sus elementos confusos, tienen sus misterios y enigmas que Hideaki Anno y Yoshiyuki Sadamoto dejan para los fans obsesionados con descubrir cosas (¿yo ahí?). Pero al final, aun con sus punzantes pero sutiles diferencias, los libros, la series y las películas tienen el corazón de una de las mejores historias que me he topado desde mi adolescencia, y que ojalá me acompañe hasta el momento en que pueda decir por fin “ya entendí todo”.

Ojalá la gente se diera la oportunidad de descubrir estos mundos.

Ps. Con tanto amor al animé, soy coanfitriona en un podcast llamados Sugoi Cast! 🙂 Todavía no hablamos de NGE, pero pronto. Mientras, si quieren clavarse en series y manga, ¡los invito a escucharlo!

Sobre la tristeza, y lo que me enseñó armar un rompecabezas de mil piezas en dos días

Siempre he relacionado la tristeza con lo caótico. Es más o menos como cuando tu cuerpo todo el tiempo está en estrés absoluto y extrañamente es cuando rindes mejor en el trabajo o en tus pendientes, pero cuando por fin te das el LUJO de descansar, te enfermas de una gripe atroz que te deja tirada en cama dos días, cosa que compruebo no con artículos científicos, sino por la escuela de la vida, ya que esto siempre me pasa DE LEY cuando pido vacaciones. Al llegar el primer minuto de un día libre, es como si mi cuerpo pensara “perfecto, ya no debo estar alerta” y las defensas se me caen, como lágrimas desesperadas de los ojos.

Un trauma de la preparatoria: una vez estaba tan deprimida que no estudié para un examen de literatura, materia para la cual –por supuesto– era muy buena. Desafortunadamente en ese examen preguntarían fechas, épocas y cosas así, y simplemente yo me la pasé muy distraída esa semana siendo miserable. Así que vestida de falda tableada, chaleco azul marino y perdida en muchas ideas, decidí hacer un acordeón. Al ser una muchachita muy nerd y que casi nunca recurrió a la trampa, por supuesto que todo salió mal: me descubrieron dicho acordeón, me quitaron el examen y me reprobaron. La vergüenza se terminó besando con mi depresión en mis hombros, pero eso no fue impedimento para acercarme con la maestra y pedir una disculpa por semejante estupidez. “Yo lo sé, ¿pero qué te pasó? Aún así, sabes que te tengo que reprobar, ¿cierto?” Le dije “sí”, sin pero alguno, y mientras mis ojos se posaban en el papel frente a nosotras y seguían firmemente todos los garigoleos que hizo ella con la pluma roja hasta poner un “5”, no dejaba de pensar en la mezcla de sentimientos tan vacíos que sentía el corazón.

Pese a eso, haber dicho “sí” a la pregunta de saber por qué me estaban reprobando, es una de las cosas más adultas que hice a mis tiernos 17 años.

Todo esto, para explicar que es en la tristeza donde soy menos yo.

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Desde hace semanas vengo arrastrando una tristeza que padezco como si estuviera en un pantano. Llevo varias noches soñando que estoy sumergida en lodo, e incluso una noche sentía que era tan imposible salir de ahí, que el despertador se escuchaba lejano, lejano, en otro mundo. Cuando por fin pude conectar con el mundo real, el sonido del despertador se hizo una especie de brazo que me tomó de la mano y me sacó de ese pantano. Me desperté un poco agitada, como si efectivamente estuviera rodeada de lodo hasta la cabeza. A esos escenarios también los han acompañado pesadillas de otro tipo que solo son momentos amargos que no voy a desarrollar aquí.

El sábado, un poco harta de las distracciones con las que he estado absorta, veo sobre mi repisa un hermoso rompecabezas que me regalaron en Navidad y decido que es el día perfecto para armarlo. Lo abro, tiro las piezas en el suelo, y una hora después de ver el escenario, llegué a la conclusión de que ese reguero de piezas no podía durar tantos días en mi pequeño departamento; por mis gatos, por el polvo, por mi camino diario. La misión, así, sólo podía ser una: armar el rompecabezas ese fin de semana, no más.

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SÁBADO

Empiezo a armar el rompecabezas y me resulta satisfactorio pensar lo buena que soy para esto. Siento mi mirada punzante viendo cada una de las piezas y la manera tan acertada en que concluyo cuál va con cuál. Todo el mundo siempre dice que empieces con los márgenes, y si bien voy separando esa parte en específico por su obviedad, veo que la separación por colores, diseño y tonalidades me es mejor. Me sorprendía un poco tomar piezas al azar y que encajaran, o la manera en que un simple punto de color era pista suficiente para deducir en qué parte del rompecabezas iba. De cierta manera, este deducir –e intuir– comprobaba la mujer que siempre me he pensado: la observadora, la que intuye, la que entrecierra los ojos cuando ha llegado a una conclusión. Disfruto esta sensación, especialmente porque poco a poco me iba alejando de mi malestar y mi tristeza.

Este día decido poner música, y noto que la playlist me pone melancólica. Llena de música ochentera, glam rock, synthpop y darkwave, me pone triste pensar que no he pisado un antro o un club en un año. No he ido a los antros gays que tanto amo, a los lugares gotidarks que tanto me encantan, pero no solo eso: siento que tiene un siglo que no voy a una fiesta de alguien, quien sea, donde vas a beber, quedarte platicando en la cocina, pasarte a la sala, echar miradita con alguien-de-buen-ver, y ya luego irte a las tres de la mañana, ciega de cansancio y con la firme idea de que no sabes cómo ligar. Al escuchar a The Cure o a Morrissey, me acordé de muchas fiestas donde todos coreábamos Friday, I’m in Love (aunque no estuviéramos in love) o cuando nos emocionábamos con ‘First of the gang to die‘. Esto, claro, antes de que Morrissey se hiciera lo que sea que sea hoy. En fin, el punto es que escucho la música y se hace muy punzante esa nostalgia de salir, abrazar personas, arreglarme para lo que sea que tenga la noche para mí. ¿Volverán esos días? ¿Volverán a pegarme en la cara luces brillantes y a dejarme sorda las bocinas que me traen la música que tanto amo? Por ahora, un sábado en la noche, estuve en el piso armando un rompecabezas, aunque en verdad mi mente estaba sumergida en una tina, con un agua pantanosa cubriéndome toda.

Para la medianoche del sábado ya tenía un poco el margen, algunos gatitos y flores armadas, pero ya mi mente de verdad me suplicaba descansar. A diferencia de otros días donde el cansancio era producto de caminar u ordenar el departamento, en ese momento sentía un cansancio mental/emocional extraño: no por estrés ni angustia, sino cansancio de calcular y observar. Una parte de mí de verdad se sentía satisfecha al ya ni siquiera poder pensar en otra cosa que no sea dormir.

Antes de apagar todas las luces siempre leo un rato, pero ahora sí fue pijama, desmaquillarme, dormir. Adiós mundo, adiós, adiós.

Esa noche no soñé nada.

DOMINGO

Este día me levanto a las siete de la mañana. Desayuno mientras veo una serie, me preparo un litro de café, y nada más acabó el episodio, regreso directamente al cuarto a seguir con el rompecabezas. Los gatos también pasarían el día solos, así que cierro la puerta para que no se coman las piezas o destruyan lo que llevaba armado, ya que eso seguro hubiera tenido una respuesta catastrófica de mi parte, como abandonar todo. Todo.

Nuevamente me sumerjo en una concentración que pocas veces he sentido, aunque quizás debería especificar que pocas veces he sentido durante este año de pandemia. Incluso cuando pinto acuarelas, no sé si es porque suelo hacerlo mientras “veo” una serie en español o escucho un podcast, pero la concentración de una pincelada es muy diferente a la de observar todas las piezas de un rompecabezas. Es como si la primera actividad apapachara una parte de mi mente que necesita colores, mientras que la otra es una calculadora vieja y polvosa que está en proceso de reparación.

Sigo con mi racha de ver piezas a lo lejos y saber inmediatamente que van juntas; está ahí la enorme (y extraña) sensación de satisfacción cada vez que esto pasa. Era como comprobar que NO soy todo lo que me decía (¿dice?) la gente que no me quiere ver crecer: que soy buena observando, que soy perspicaz, que mis conclusiones son acertadas. Era como si ya nadie pudiera ningunearme nada.

Llega la hora de la comida, y me paso al otro cuarto para repetir lo de las siete de la mañana: me preparo algo de comer, juego con los gatitos, termino un episodio de la serie que estoy viendo, un poco inquieta porque esto debe terminar el día hoy. Para la tarde, sigo con la radio inspirada en música ochentera, aunque ahora con menos melancolía. ¿Será que escuchar esa música en sábado, detonaba los recuerdos de los bailes, las luces y la música? Quizás.

Pasadas algunas horas, noto que la parte izquierda y la parte derecha ya están armadas casi al 100%, pero algo ocurría con la parte del centro que me preocupaba, ya con pocas piezas sueltas restantes. ¿Qué estaba pasando? Horas y horas viendo todo, algo se me iba. Claro que la idea del rompecabezas incompleto me daba mucho pesar: nada peor que tanto esfuerzo para que algo no llegue a su 100%, aunque de cierta manera tampoco es que eso dependiera de mí. ¿Podía hacer algo? Ya llegaría el momento en que la Elsa del futuro tendría que pensar en alguna solución hogareña (¿hacer esa pieza con papel fabriano y acuarela?), por mientras solo quedaba pensar qué es lo que realmente ocurría con la parte de en medio. Decido pararme, sacudir las piernas entumidas e ir a la cocina para descansar la vista y prepararme un Aperol Spritz. Regreso al cuarto, y como halcón que ve una presa, LO VEO. Bastó alejarme un poco para ver el tonto problema: la solución era acercar la derecha y la izquierda. YA lo tenía todo, sólo era unir las partes. Ya había completado todo, pero en mi cabeza el rompecabezas era MUCHO más grande, cuando realmente ya estaba todo listo, solo era cuestión de unir ambos lados. Qué les digo, satisfacción plena: llevo cuidadosamente ambas partes al centro y encajan de la manera más perfecta. Es una metáfora de la vida, ¿no? Cada vez que me la vivo estresada o angustiada, siempre es “ve a tomar aire”. “Aléjate un poco”. “Abre tu perspectiva”. Me enoja, pero tienen razón. Soy de las que ama estar atenta a todo, angustiarse ante todos los escenarios, pero quizás es cierto: vete a tomar aire, a suspirar, por un cigarro, a darle la vuelta a la calle. Quizás cuando regreses, ahí estará todo.

Doy un sorbo a mi Aperol, orgullosa, porque ahora ya sólo faltaba poner las piezas sin pistas, unicolor. Y claro, fue lo más difícil.

Todos los espacios rosas, sin posibilidad de saber a ciencia cierta en qué espacio iban, por lo que ahora tenía que agudizar más la vista. Ver tamaños, formas, algún detallitos microscópico que me permitieran saber dónde iban las piezas. No mentiré: fue lo más desesperante del proceso.

Pero a las 11pm, esto se logró.

Pongo la última pieza del rompecabezas y una parte de mí se alegra, pero otra quiere llorar mucho. No sé bien por qué, pues no era tristeza; quizás era por haberlo logrado, quizás era por haber ¿evadido? la tristeza, quizás por haber puesto en pausa contestar mensajes y ver redes sociales, para de verdad sumergirme en esto. Quizás, quizás, quizás.

Escondo el rompecabezas abajo de unas bolsas para que los gatos finalmente entren al cuarto, y decido dar por concluído el fin de semana, donde ni salí a tomar tantito sol, no vi redes sociales, pero sí armé un rompecabezas de mil piezas y quise llorar por eso.

EPÍLOGO

Por supuesto que esto fue tema de terapia. Le digo a A. “este fin me encargué de evadir estos sentimientos”. A lo que responde “¿Evadir?” mientras me explica que hice algo con lo cual reforcé muchos de mis talentos. Y que en lugar de rumiar los pensamientos negativos (véase: acostarme a ser miserable, que también lo hago mucho), lo que hice fue un mini proyecto para reafirmar cosas. ¿Qué cosas? Eso ya es mío.

Después de terapia, desarmé el rompecabezas. Muchos me dijeron que lo enmarcara, que le hiciera algo. Pero de cierta manera me tranquiliza tener una caja cuyo contenido va a ayudarme a canalizar muchas emociones a las que les tengo miedo.

Y así, ahora tengo una caja en casa que me ayudará con la caja de Pandora en mi interior, que contenía una herida del pasado (de tantas), que yo creía cicatriz.

Dos nuevas cajas: una en este pequeño departamento, otra en mi pequeño corazón.