La eterna batalla contra el espejo

Desde niñas, nos dicen cómo “deberíamos” vernos. ¿Por qué no mejor enseñarnos a querernos y a hacer las cosas por amor propio?

 

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Ilustración: Alejandro Herrerías

Hace algunos meses tenía una fiesta muy importante (y glamourosa), nada más y nada menos que en Milán, por lo que decidí comprarme un vestido digno de la ocasión, y no llevar el mismo que llevo a todas esas bodas. La verdad es se me juntaron los pendientes y mi tiempo se acababa, así que fui a una tienda, vi un vestido que cumplía todos los requisitos (sólo podíamos usar dos colores, negro y rojo), y accedí a comprar la talla más grande que tenían, sin probármelo, y me lo llevé a mi casa. ¿La sorpresa? Bueno, cuando me lo puse, me quedaba enorme. Cero se me veía figura, las mangas me quedaban como de maraquero, y como la tela era holgada, pues parecía que sólo me puse un pedazo de tela encima. En pocas palabras, la peor decisión del momento. Así que regresé a la tienda cuando tuve otro ratito libre, y ahora sí, con más calma, lo cambié por el mismo modelo… pero cuando fui al probador, mi sorpresa es que el que era dos tallas menos se me veía muy bien. Es extraño que al ser curvy, toda mi vida he dado por hecho que, con agarrar lo más grande que haya, ni debería molestarme en ver cómo me quedan las demás tallas. Es como “simplemente agarrar lo más grande y vámonos”. Pero bueno.

Ya me estaba preparando para dicha fiesta, y mientras me arreglaba, por supuesto que lo primero que me puse fue una de esas fajas maravilla, que todas conocemos: Spanx (todas las mujeres tenemos una. Sí, incluso Beyoncé, es bien sabido). Me sentí bien, porque obvio la faja “resolvía” el 75% de mis inseguridades, y así me fui. Esa noche me la pasé de lujo, platicando con unas chicas holandesas, tomando Campari Tonics a más no poder.

Para el final de la noche, ocurrió otra cosa bastante curiosa: cuando llegué a mi cuarto de hotel, lo primero que hice (OBVIO) fue quitarme el spanx…. Y vaya sorpresa, me vi al espejo y noté que el vestido se me veía mil veces mejor así, sin tanta “presión” en mi cuerpo. Era un fenómeno extraño, pero con ese simple cambio, de verdad el vestido tenía mejor soltura. Y me quedé viendo al espejo un buen rato.

Mientras me miraba, con extrañeza, noté cómo siempre, la primera en juzgarme, en dar por sentado que “nada me queda”, o que necesita de cosas extra “para finalmente verme bien”, soy yo misma. Que no me doy la oportunidad de probar nuevas tallas, que a veces me da miedo experimentar con mi estilo, o que ni siquiera veo si, efectivamente, me veo bien sin tanta parafernalia. Y debo aceptarlo, esto es provocado por la extraña combinación del “qué dirán” y una larga lista de inseguridades que he ido recolectando con el paso de los años. Comentarios en los medios, de gente conocida, y esta nula enseñanza de ver tu reflejo y sonreír.

Y me doy cuenta de que las mujeres muchas veces somos así: vemos con temor el espejo, y ponemos en duda nuestra belleza. Pensamos en automático que necesitamos x o y para vernos bien, cuando realmente son sólo cositas extra que nos gustan en nosotras. Yo soy muy fan de mis ojos delineados (y si vieran mis cat eyes, me quedan de lujo), pero sé que no son un requerimiento para, genuinamente, sentirme bien conmigo misma.

Y al final, lo que queda es empezar a escucharnos a nosotras mismas, respetar lo que las demás deseen en sus propios cuerpos y dejar a un lado todas esas expectativas y estereotipos impuestos. Atrevernos a jugar con nuestro estilo, probar nuevas cosas, salir a la calle orgullosas de nuestros cuerpos. Sí, eso incluye las cicatrices, marcas, hasta el más pequeño lunar. Incluye el color de la piel,  cualquier tipo de pelo. La altura, la longitud de las piernas.

Así, la siguiente vez que me compre un vestido, en primer lugar, me tomaré con calma las cosas, e ir al probador. Básico, por el amor de Dios. Y lo segundo es verme, y en lugar de dudar o decir “sería mejor si…”, lo primero que haré es sonreír, en señal de aceptación y amor.

*Esta columna se publicó originalmente en la versión impresa de la revista Glamour México y Latinoamérica, en abril de 2018.

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