Breves Reflexiones I

En mi primer blog me encantaba hacer posts numerados a manera de proposiciones; esto porque lo hice en la universidad, y amaba la manera en que Wittgenstein desarrollaba sus reflexiones. Ahí hablaba de cosas que no se relacionaban unas con otras, separadas por números. Se me hacía un poco tramposo, ya que no ahondas en un solo tema y cambias sin conclusión alguna… sin embargo, era fácil escribir mucho de esa manera; de verdad era una máquina de escribir al sólo desarrollar algunas ideas. Retomo ese ejercicio, del cual espero no abusar. Tanto. Espero.

1. El domingo tiende a ser un día que puede ser o muy feliz o muy triste; comúnmente son tristes cuando decido no bañarme, dormir todo el día y simplemente dejarme ir con la agonía de saber que mañana será lunes. Para el ojo avispado podría parecer el domingo perfecto… pero hay algo en salir y que te dé tantito el sol, que resulta mucho más animoso que sumirte en el vórtice de no hacer nada. Hoy, por ejemplo, fue un día feliz: regrese a las cuatro de la madrugada de una fiesta en la que bailé como si no hubiera un mañana. Desperté, me hice de desayunar (con mi respectivo litro de café) y después fui a un bazar, de esos tan populares que ahora hay en la Roma: Maxicca Verbena, y es de cosas mágicas (cuarzos, joyería, cremas mágicas). Le tengo mucho cariño a este tipo de temas (brujas, magia), porque siento que hay algo bellamente femenino en todo esto. Hay algo hermoso es oler el incienso, ver la joyería, que te hablen de vibras cósmicas, temas que me hacen pensar en las mujeres, en esta onda cósmica que luego nos quieren arrebatar. No lo sé, es sólo una idea.
De ahí, pasé a una tienda de ropa de segunda mano y me compré un vestido que ni en el mejor de mis sueños creí que me quedaría. Me veo al espejo con el vestido puesto, el cierre hasta arriba, mi silueta con forma. Lo veo y lo veo: soy una nueva Elsa. Una Elsa con el mismo cuerpo, pero no. Soy una Elsa que ama lo que ve en el espejo, pero muy en el fondo del corazón, ahí donde se filtra la sangre, también soy una Elsa que tiene miedo de volver a perder este reflejo. ¿Podré mantener este cuerpo? La eterna batalla con el espejo, con la comida, con las ansiedades, con mis angustias, con mis demonios.

(Dice el Cuarteto de Nos: Pero es poco lo que puedo hacer acá colgado / No puedo corregirte si estás equivocado ni decirte que no barras tus pecados bajo la alfombra / Soy tu reflejo, pero también el de tu sombra).

Pero hoy es domingo –uno feliz– y nada de eso me va a arruinar el momento. Compro el vestido y salgo feliz. Puedo con esto. Lo creo.
(Lo quiero creer).

(Mírame estoy acá, soy real, cambia lo que ves / Pero soy el mismo, espejo y no espejismo)

2. Hace unos días platicaba con una chica sobre los relojes de mano. Ahora que he estado en tratamiento médico, el doctor me recomendó medir mis pasos, evitar ese demonio  adulto llamado “Vida sedentaria”. Así, tengo un Apple Watch que me gusta… pero no es un reloj análogo. Ya sé, qué vieja escuela me escucho, pero hay algo en los relojes análogos que se me hace extraordinario. Es decir, llevas el tiempo en tu muñeca, ¿qué más hermoso que eso? Sí, con los relojes inteligente llevas el tiempo, tus mails, tus chats, tus medidas y la vida… pero hay algo místico y hermoso en la sencillez de simplemente traer un aparatito que te da la hora, y eso es lo que me enamora.
Desde niña mi mamá me enseñó la buena costumbre de usar reloj. Me compró uno blanco, azul y rojo. Parecía un Tommy Hilfiger, aunque dudo que haya sido esa marca, ya que no sabíamos qué tanto iba a cuidar un reloj, honestamente… aunque sorpresa: resulta que los cuidaba como a ninguna otra cosa. Desde ese momento mi vida se llenó de relojes: tenía uno de Pocahontas, donde las manecillas eran hojitas otoñales; tenía uno enorme con la carátula neón, uno de Hello Kitty (obviamente). Después mis papás me graduaron y llegaron los Swatch, básicamente por su tecnología increíble y por sus diseños divertidos. Tenía uno de ovejitas, uno azul con diamantina. Mi hermano me regaló uno plateado que desafortunadamente tiene el broche flojo y me da miedo que se me caiga cuando haga algún ademán. Posteriormente llegó mi primer trabajo y con él, mi primer reloj serio: un swatch con correas negras, carátula metálica negra y manecillas sin números. Es un reloj al que le tengo un cariño especial, aunque ya no lo uso. Amaba que cuando me lo quitaba olía a mi perfume, y todo el mundo me decía “¿cómo le haces para leer la hora? Sin números y con esa carátula se ve complicado” pero a mí se me hacía muy fácil, era como si con el paso de los años entendiera ese reloj, con un vistazo ya sabía la hora, y que teníamos una conexión que nadie entendía, ante las insistentes preguntas de “¿cómo lo lees?”
Años después, un exnovio me regaló el reloj más hermoso y elegante que he tenido. Oro rosado, enorme, precioso. Cuando cortamos, forcé la relación con el reloj, porque no iba a dejar que un noviazgo fallido me arruinara esta relación con un reloj tan hermoso. Pero quizás eso no estaba en mí: en un viaje a Los Ángeles, con el corazón aún fresco de heridas, fui a dirigir un shooting y en un ademán el reloj golpeó algo. Mientras caminaba por The Grove, al ver la hora, me di cuenta de que el cristal tenía una herida también. Ahí decidí guardarlo, pensando que un día lo podría componer, pero que antes necesito exorcizarlo de toda esa toxicidad que la relación dejó, y que ya sólo era una mala mueca del pasado.  Mi terapeuta dice que no es una señal cósmica, pero en mi corazón siento que sí. Sólo lo siento.

3. Hablando de señales: si todo sale bien, Berlín me espera en un año. Digo lo de las señales porque de unos meses para acá, ha habido algunas coincidencias simpáticas que me han llevado a la decisión de ir (¿mi terapeuta insistirá que no es algo del cosmos? No lo sé). Una amiga acaba de ir, y me dijo “no dejaba de pensar en ti. Eres bien Berlín“. Otro amigo que me contó de su viaje por Europa, me dijo a ti te encantaría Berlín, es muy tú. Algo ruda, es hermosa, es una ciudad“. Luego Rammstein saca un nuevo disco después de diez años (que ya he dejado más que claro que me gusta), y justamente acaban de anunciar un segundo tour por Europa. Así, levantándome a las cuatro de la madrugada el 5 de julio, dando clicks a ciegas en palabras en alemán (que Google traductor fue mi mejor amigo en ese momento), dije “si consigo un boleto, eso significa que debo ir”. A las cinco de la madrugada, me llega un mail: Felicidades, verás a Rammstein en el Olympiastadion de Berlín.
Las cartas están echadas.
Y me da la emoción de
ir a Berlinear. Ver a una banda que nació ahí, turistear, conocer la vida nocturna. Con el corazón en mano, que todo salga como deba salir, y en un año nos veremos, Berlín.

4. Mañana es lunes. Y todo bien.

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