El corazón es un cazador solitario

¿Dónde quedó ese amor de películas románticas, sin preocupaciones y que parecería el anhelo de todo el mundo? Al parecer con el paso del tiempo, se ama (y se desea) de otra manera. Y eso está bien.

 

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Hace poco empecé a leer Llámame por tu nombre, de André Aciman. Sí, el libro famoso por la película protagonizada por (el hermoso) Timothée Chalamet y Armie Hammer. Y debo decirles una cosa: al igual que la cinta, es simplemente hermoso. Es prácticamente una carta de amor, de esas que –de verdad– pocas veces se llegan a escribir (¡o recibir!). Mientras leía cada párrafo, cada expresión de deseo y el infinito anhelo por ser visto, me di cuenta que no dejaba de pensar en una cosa: ¿hace cuánto tiempo no experimento ese sentimiento, con esa fuerza y desorbitante magnitud? No sé si me quedé muy grabada con la imagen de Elio (el narrador, de 17 años), pero por alguna razón, mi mente fue concluyendo que ese tipo de cosas se dan más cuando eres joven (específicamente la adolescencia), y que cuando creces, se desvanece.

Ahora en esta época denominada La Vida Adulta, siento que me cuesta mucho trabajo conocer gente, o al menos no me muestro tan receptiva como antes. Y con la promesa a mi autoestima de no aceptar a nadie que no me haga sentir lo brillante que soy… las cosas se han vuelto un poco complicadas. Y luego súmale cosas como aburrimiento, incertidumbre, e incluso cansancio (¡Todo tan adulto!), ¿dónde quedó esa Elsa que escribía cartas, y no dejaba de pensar en los infinitos escenarios un futuro encantador? ¿Cuándo fue la última vez que me llegó al alma una canción amorosa de Juan Gabriel? No me malentiendan: me gusta esta etapa en la que he tratado de ponerme a mí en primer lugar… pero es inevitable cuestionarme si algún día volveré a amar como cuando era más joven, con una pasión arrebatadora, tan fácil de dejarme ir. Y luego mi mente se va a territorios más peligrosos: ¿Será que la lista de chicos que han pasado por mi vida y las malas experiencias (opacando las buenas), son los responsables de que ahora me resulte un poco fatigante el tema?

Por un giro del destino (y un caso más de #ILoveMyJob), tuve la oportunidad de entrevistar al autor. Y cuando le pregunté específicamente por Elio y su amor de juventud, Aciman me dijo algo interesante: “amar así no se trata de ser joven. Sino de cuánta libertad te das al hacerlo”. Wow.
Cuánta verdad en unas cuantas palabras. Me sentí ingenua después de haber preguntado eso, porque me di cuenta de que era yo misma la que se estaba poniendo límites (¡otra vez!). Algo así como ir pensando “No soy joven, ergo, ya no se puede amar con la misma intensidad” y entonces usar eso como zona de confort, no animarme a nada, y que en el karaoke de mi corazón sólo esté disponible “Yo no nací para amar” de Juan Gabriel.

Y no he dejado de pensar en la palabra clave: libertad. La lista de cosas a las que te das chance en La vida Adulta, puede ser infinita: ir a un buffet, salir de fiesta en lunes, ver una serie en un fin de semana, no lavar los platos en toda la semana. Sin embargo, en temas amorosos, el involucrar a otra persona… ahí cambia la jugada. Cuando eres grande, ya buscas otras cosas: pasión, pero que no choque con tu éxito laboral. Diversión, pero estabilidad económica. Compartir tu vida, pero no sacrificar tu independencia. ¡Son muchos peros! Y ninguno es gratis: ahora sé qué me gusta y qué no, cosa que la Elsa del pasado no tenía del todo claro. La Elsa del pasado difícilmente podría poner un alto a algo que la molestara. ¿Y hoy? La primera, and you’re gone. La Elsa del pasado podría amar desaforadamente, pero a ciegas. Hoy para mí es importante crecer, madurar, sentir que mi alma se nutre… por ese lado, la búsqueda se vuelve compleja. Pero déjenme decirles otro aprendizaje delicioso: ahora sabes que nadie te puede obligar a nada. Cuando eres joven y no le entiendes a la vida, quizás es fácil que te engañen con ese cuento (te querría más “si fueras más delgada” “si no trabajaras tanto”, “si salieras menos con tus amigas”), pero ya luego llega la epifanía de que quien te quiera, lo debe hacer por quien eres… y no puedes aceptar menos que eso.

Amar (¿desear? ¡cuántas preguntas!) ciegamente es una sensación llena de adrenalina y te hace ver las cosas de una manera emocionante. Hay quienes todavía tienen ese superpoder, y no niego que a veces los envidio. Pero quiero creer, con todo lo que puede creer un alma optimista, que las cosas no son imposibles para quienes ponemos el corazón en una caja de cristal y nos andamos con cuidado.

Hay muchas ideas en la columna de este mes, pero estamos hablando de uno de los temas más discutidos desde tiempos ancestrales. Pero hoy, la Elsa del 2018, después de leer Llámame por tu nombre y de reflexionar, concluyo: 1. La intensidad del amor no tiene fecha de caducidad, ni que fuera queso. 2. El amor de juventud es rico, porque estás descubriendo nuevas emociones y maneras de ver a otra persona. Los “peros” que vayas agregando, es porque estás cuidando tu corazón. Y 3. Debo darme un poco más libertad. Arriesgar un poco. Ya sé: está la posibilidad de que me rompan el corazón… pero recordando uno de mis shows favoritos, Bored To Death, me grabo las sabias palabras del llamado Dimitri: “Ojalá te rompan el corazón muchas veces… porque eso significa que habrás amado muchas veces”. ¿Y saben qué? Siempre es mejor haber amado.

*Esta columna se publicó originalmente en la versión impresa de la revista Glamour México y Latinoamérica, en Noviembre de 2018.

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