- Tiene mucho que no escribo para mí. Hace unos meses dejé el periodismo de estilo de vida y pensé que esto sería más fácil, pero la verdad es que escribir –para uno, desde uno– siempre es más complejo; de cierta manera es un tratar-de-conectar, algo en lo que últimamente no soy muy buena. El mundo me resulta ajeno, distante, aunque lo más seguro es que sea yo. Pero todo pasa, todo pasa.
- (Regreso a la escritura, sólo cuando estoy tocando fondo).
- Es septiembre, es la época virgo, lo cual sólo significa una cosa: poner orden. Y si bien en el corazón tengo un bien-sabido desmadre, mi casa está pasando por un momento de depuración tan grande, que me gusta pensar que es una metáfora para lo que viene en mi cabeza. Le he dicho adiós a libros, cuadernos, ropa, discos. ¿Lo más grande? Un librero, el primer mueble que compré con el sueldo de mi primer trabajo, en una época donde aún creía en los discos compactos y los DVD’s. Pero ahora –sin discos, sin dvd’s y con muchos libros– se ha ido de mi departamento… pero le agradezco el espacio que compartimos por tantos años.
- “Me divorcié. ¿Te conté?” Me dice mi vecina. Le regalé el librero a ella (que ofrecí en el chat de vecinos), y al terminar de subirlo a su coche, yo a punto de despedirme, me detiene con esta frase. Recuerdo abrir los ojos de una manera asustada (que seguro se vio muy dramático por el cubrebocas). Será que aunque no creo en el amor eterno, no me deja de sorprender la constante confirmación de esta idea. Me acerco con la respectiva distancia que una pandemia mundial exige y me cuenta los escabrosos detalles. Digo escabrosos, porque un divorcio siempre será un proceso que se deba describir con ese adjetivo… aunque debo aceptar que, al final, me cuenta cosas que –por dios– todas hemos vivido con un hombre.
También me cuenta que todo esto pasó hace un año. Ya lloró, ya fue a terapia, ya renació. Le digo que, de hecho, se ve muy bien, y me dice “lo estoy”. Al no ser una historia mía, no diré muchos detalles, pero sí uno que me parece interesante: eran un matrimonio judío. Ella se convirtió, fueron a Israel, duraron 20 años. ¿Pero ahora? Me dice que aún hay tiempo para descubrir quién es. El primer año de su nueva vida, y todo bien. Todo bien. - Tembló, otra vez. Yo estaba en un streaming en vivo, y me pasó como en esos videos de los noticieros del 85, donde la gente ve a la cámara y dice “está temblando”; estábamos hablando de videojuegos, y la conductora expresa “está temblando, hay que salir”. Levanto la mirada y veo que mis cuadros se balancean in crescendo, así que tomo las llaves, mi cubrebocas y siguiendo las reglas de lo complejo que es atrapar a un gato (más si debes hacerlo en diez segundos) salgo al mismo tiempo que deseo con todo mi ser que los gatos (ya escondidos en algún lado) se metan a sus respectivos transportines en caso de algo y que nos les pase nada.
Ya afuera, todo es algo así como una secuencia de terror, más o menos como cuando en The Last Of Us todo se va al carajo y la gente entra a un irreparable estado mayhem: en el momento en el que pongo un pie fuera del edificio, las luces empiezan a parpadear. Un grupo de vecinas se abrazan, lloran y gritan “no puede ser”. Sigo caminando al otro lado de la calle y noto que me tambaleo, de verdad va recio. Mi vecina (la del librero) me ve y me dice “ven, por favor”. Me agarra el brazo (ni siquiera me toma de la mano, me agarra el brazo) y en ese instante se va la luz. Ella tiene los ojos cerrados, mientras que yo los tengo bien abiertos. Luces blancas y verdes empiezan a aparecer en el cielo y se escuchan truenos, golpes, los árboles crujen. Las luces en el cielo me dejan ver los postes de luz moviéndose, con los miles de cables enredados, y me pasa por la mente la sutil idea de que quizás se podrían caer sobre nosotras (pero no pasa, no pasa). Sigo pensando en lo atenta que estaba ante la situación. Es decir, si me va a agarrar el fin del mundo, será viéndolo, no hay de otra. - Ya más analizado, en un momento de ese horrendo apocalipsis, mi vecina empieza a rezar un Padre Nuestro. No sé si su conversión al judaísmo sólo fue por el matrimonio o si había un apego a la religión, pero creo que al final uno reza por aquello que cree que lo va a salvar. Yo antes lo hacía, ahora ya no. “The pain of being a hopeless unbeliever”, dice Belle and Sebastian.
- Después de ese infierno, todos entramos a casa. Logro contactar a todo el mundo, ya más tranquilos de que todo bien. Me pongo la pijama, los gatos se suben a la cama y forzo un poco el insomnio. ¿Debería dormir? Es decir, vivimos algo horrible, ¿no? Las luces, el choque de los postes, las vecinas llorando, los rezos. ¿Todo bien?
Al día siguiente, el sol brilla como nunca. Puedo hacer mi trabajo sin problemas, los Trending Topics en redes sociales son más graciosos que depresivos (que ya es mucho, especialmente en redes sociales) y todo va, como si nada. ¿Fue una pesadilla colectiva? Se sintió igual que estar despierto. - Todos los fines del mundo son iguales.