Breves reflexiones sobre la cuarentena I

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1. He empezado y borrado este texto innumerables veces. Al parecer no hay manera de escribir sobre la cuarentena, que no sea con un dejo de tristeza. Tampoco es que busque decir algo cómico, pero si de por sí me cuesta mucho trabajo hilar ideas, poder decir de una manera genuina todo lo que he sentido durante este encierro, sin un dolor en el corazón, (pero al mismo tiempo un poco de paz, en ratos donde me siento calmada por la ausencia de algo que no he descifrado) es casi una tarea imposible. Por supuesto, es un tema recurrente en terapia, y lo que hemos visto en las sesiones, ha sido tratar de resignificar todo lo que el encierro y el alejamiento implican en mi vida. Y ya sabes, lo de siempre: no enfocarse en todo lo negativo, no clavarte en lo que no estás viviendo, hacer que cada segundo sea un día a la vez. Y es que justamente la cuarentena me agarró en un punto de despegue y de descubrimientos tan abrupto, que es imposible no irte a dormir pensando en esa frustración. Es como cuando estabas jugando Super Mario World en Nintendo hace algunos ayeres, y de repente tenías que ponerle pausa al juego, porque tenías que hacer otra cosas (la mayoría de las veces te llamaba tu mama). Esa pausa que te interrumpe de algo que realmente estás disfrutando: así se siente todo esto.
(Super Mario World, dicho sea de paso, ha sido uno de los juegos que me ha acompañado durante este encierro conmigo misma).

2. Hay días que son como oleadas. Van tristezas, llegan alegrías. Van noches de sueño profundo, vienen insomnios atroces. Vienen días llenos de inspiración, van días donde estoy convencida de que no sé hacer nada. Son oleadas durísimas de una playa a la que no estoy muy segura de cómo llegue. Y son justo los días difíciles los que trato de evadir con todas mis fuerzas, pero me convenzo que también debo sentirlos, debo vivirlos. Me descubro a veces haciendo todo lo posible por huir de ellos, pero entonces dejo que mi mente fluya y trato de descubrir por qué vienen tantos pensamientos negativos a mí. ¿Qué me inquieta? ¿Qué es lo que me da miedo ver en este inmenso mar viscoso de inseguridades?

3. Un programa sumamente terapéutico: ‘The Midnight Gospel’. Hablan de todas esas cosas con las cuales me gusta clavarme: los contextos a los que somos arrojados, la vida, la muerte, los desahogos. Me impresiona a niveles que encuentro medicinales. Ejemplo: un día estaba muy enojada por una situación verdaderamente tonta. Tonta, te digo. Antes de responder de una manera violenta y agresiva (traducción: escribir un emoji enojado en WhatsApp), decido sentarme a comer y ver un episodio de ‘Midnight Gospel’ antes de continuar con mi rabieta. Y qué sorpresa: un episodio dedicado al silencio, y la manera en que dejamos que las cosas sin importancia tengan un peso inaudito en nuestras vidas. Respirar, escucharte, analizar y dejar ir. Ahí está todo.

Respiro, dejo ir una batalla que ni me correspondía, y decido ser lo más madura posible. Incluso borro una nota de voz, y accedo a escribir “dejémoslo para el lunes”.

El confinamiento me ha hecho pensar qué cosas valen la pena y qué no. A veces, entra esa Elsa (necia, como rayo del sol que entra por la persiana del cuarto de una persona desvelada) que se muere por demostrar que vale algo, que sirve para algo. Pero la Elsa que desea una vida tranquila y pacífica trata de tranquilizar ese rayo acomodando la persiana.  Hay exigencias en este mundo, de las cuales a veces quisiera escapar, pero una parte de mí se ve más motivada que nunca a alcanzar esas expectativas.

(Es muy curioso pensar en el mar como un lugar de calma, pero también como este fenómeno de olas violentas que vienen y van, que ejemplifican a la perfección esto que llamamos vivir).

4. He pintado un poco. Ahora trato de ser un poco más detallista en las cosas. Poner sombras, delinear mejor. Incluso ahora meto un poco más de Photoshop. En la ilustración para este post, juego con las capas y meto diamantina. Claramente hice este dibujo en un día de oleaje bueno. Los días malos son para rumiar las penas en la cama, sin computadora ni pinceles. Son días en que los gatos duermen su décima siesta, y yo la vigésima.

5. Me dicen recientemente en una entrevista que hice, que a todos nos tocó vivir esta cuarentena con las personas que debíamos pasar esta cuarentena. Y como la-persona-que-no-cree-en-las-coincidencias que soy, me resuenan mucho esas palabras. Las personas con las que nos ha tocado estar más de 80 días encerrados, ¿son las que nos van a enseñar eso que la vida ha tratado de decirnos, casi a golpes? No es ley universal, pero en mi caso, quizás esta batalla eterna que he tenido conmigo desde hace 32 años ya tenía que terminar. No es que llegue a un estado zen, pero sí uno donde diga “ya, Elsa, ya”. Y ha funcionado en ciertos momentos: cuando veo mis videitos de yoga (amo cuando la chica dice “this is a moment of love for you”, ¡y sí!), o cuando me hago desayunos ricos. Cuando bailo frente al espejo, incluso cuando me armo de valor y limpio todo el departamento, que es mi hogar. 

De cierta manera estoy encontrando un lenguaje conmigo.

También entiendo que la vida puede ser extremadamente fútil, que pocas cosas deberían quitarme el sueño y que es válido pedir un tiempo fuera cuando la realidad me rebase. He aprendido a ser paciente, incluso si no sé cuál es el premio. Si es que lo hay. O si es que debería existir uno.

Alguna vez escuché que la vida siempre te pondrá en el mismo problema una y otra vez, hasta que seas capaz de enfrentarlo de la manera correcta (¡como en el episodio 5 de Midnight Gospel!). Quizás en estos 83 días (circa), he aprendido, al menos, a verme de una manera más compasiva. Incluso amorosa.

Todo está en resignificar.

 

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