- Cada día me cuesta más trabajo descifrar algunas emociones. Una parte de mí siente un eterno aburrimiento a la idea de alguien, a la idea de conocer, memorizar otra historia que no sea la mía. Las historias que me aprendí (¿que me tuve que aprender?) de la gente con la que estuve, ahora –bien vistas y bien lejanas– me resultan tediosas, grises. Pero en esas historias, cuando fui parte de ellas, nunca recibí ni encontré lo que siempre quise. Amor fue, sí. Pero yo quería otra cosa.
- A veces pienso que todo lo que sentí a los 20, es producto de forzar las cosas. De sentir lo que todos querían que yo sintiera.
- Tiene mucho tiempo que no me siento infatuada, e incluso pienso que ni vale la pena. No lo digo en tono altanero: únicamente no me da. A veces pienso: “estoy aburrida; no sé si debería enamorarme o clavarme un cuchillo en la pierna” (¿esto es un chiste?).
- Abro lentamente los ojos y hay una mano extraña sobre mi pecho. Un peso extra sobre mí. La cortina que apenas y deja entrar un hilo de luz revela el perfil de un rostro desconocido. Tatuajes en el pecho, nariz afilada, pelo largo que hace unas horas estaba enrollado en un rodete. El recuerdo del ímpetu. Me permito acurrucarme y disfrutar de lo que no sé, de lo que no tengo que memorizar. Hay algo místico en lo desconocido. La respiración alcohólica, la colcha contra la piel. Todo es tan nuevo cuando amanece.
- Veo Fleabag. “Ya sabes lo que vas a hacer”. No lo sé, sí lo sabes, no lo sé, sí lo sabes. Y así es a los 30, creo: lo sabemos. Lo sabemos bien.
- En muchas historias, el terror habita en lo que no ves, lo que no entiendes. Quizás de lo que hablo –lo que busco– también habita en esos lugares.