Cosas bonitas

Algunas cosas bonitas que me han mantenido a flote esta cuarentena:

1. Los mensajes y audios de Whatsapp. Si bien hay días en que me cuesta mucho trabajo seguirle el paso a mi Whatsapp (para prueba, los 100 mensajes que tengo sin leer [perdón si eres uno de ellos]), pero ha habido algunos que han llegado para preguntar cómo estoy, para mandarme memes (mis favoritos, más cuando dicen “me acordé de ti con este”) o para mandarme alguna noticia que creen que me puede emocionar o mover. Las atenciones de mis amigos me hacen pensar que este mundo sí vale la pena.
Por cierto, a mí sí me gustan los audios de Whastapp. Por mí, que manden podcasts.

2. Animal Crossing. Amo los videojuegos con todo mi corazón, y  un bálsamo para mi espíritu estos días ha sido jugar Animal Crossing. Sí, hay algo en los videojuegos violentos, de golpes, hachazos y patadas que me fascina y me emociona, pero aquí, cuando me pongo a sembrar arbolitos, recolectar frutita y comprar ropita… ha funcionado como una terapia para calmarme. Y también ha sido un amable recordatorio de que todo es un día a la vez. Cuando me desespero y quiero pagar todas las deudas (¡acabo de poner un puente en mi isla!), justamente el mismo juego dice “poco a poco, tranquila”. Y sí, con calma: recolecto de todo, lo vendo, ahorro, todo, poco a poco, no pasa nada si no lo haces HOY mismo.

¿Qué nos apura tanto en la vida real?
Y también está Mario Kart, pero es otro tipo de terapia. Una de desahogo.

3. Mis acuarelas. ¿Qué te digo? Me acabo de comprar unas acuarelas metálicas, y es una locura absoluta. Desafortunadamente se me ha terminado el papel especial para acuarela (al menos mi cuaderno para prácticas), pero ya viene el día de pedir cositas, y me ordenaré uno mejor. Es hora de subir el nivel.

4. Los pequeños rituales. Despertar, bañarme. Preparar mi desayuno y en lo que se calienta el pan o las tortillas, regar mis plantitas. Poner los platos en la mesa y servirle a los gatos su comida. Ver algo en mi iPad. Poco a poco, esperar a que den las 8am, para empezar a trabajar. En algunos días, estudiar alemán (complementando con Duolingo), en otros jugar Nintendo, en otros acostarme unos minutitos en la cama. A veces hacer yoga, a veces bailar Just Dance. Son pequeñas cositas que me regresan a mi centro.

5. Inuyasha. Dentro de las series que me han salvado durante la cuarentena, una fue Mad Men, la cual revisité a la velocidad de la luz, ya que Netflix la quitó de su catálogo. No recordaba la manera en que esa serie podía llegarme al corazón, qué lástima que nadie armó un escándalo por su salida, qué frustrante.

Por otro lado, en Amazon Prime Video vi que estaba disponible Inuyasha, y como era muy fan de Ranma 1/2  y prácticamente todo lo que hacía Rumiko Takahashi, le he dedicado todo mi tiempo. TODO, no es broma: estoy por terminar los 190 episodios y las cuatro películas. Consumo la serie con un amor profundo, y me encantan las ideas que llegan a mí: la manera en que podemos romantizar el “primer amor”, pero también que amar a alguien es buscar su felicidad, incluso si no es con nosotros. El camino del héroe y los enemigos (o los que aparentan serlo); el espíritu humano, y también ver que una constante en las leyendas y mitos de cada cultura, es la fascinación por parte de las deidades hacia los seres humanos (somos un enigma y sentimos las cosas de tal manera, que hasta el dios más magnánimo lo añora). Incluso me gustaría escribir algo aparte de todo esto… ¿pero es válido regresar a un animé de hace 20 años? Mira, parece que ya es el fin del mundo, no veo por qué no.

Ahora, una acuarela que hice, justo de mi personaje favorito, Sesshōmaru (hecho con algunas acuarelas metálicas, ¡son una locura!):

IMG_3881

Buenos recuerdos I

Siento que vengo al blog sólo cuando estoy triste o que suelo hablar de cosas muy clavadas en la textura. Recientemente, he escuchado mucho el consejo de recordar buenas anécdotas para mejorar el ánimo durante la cuarentena, así que, ¿por qué no? Hagamos una sección dedicada a recuerdos bonitos.

1. Cuando estudiaba música (que ese, en general, es TODO un momento feliz en mi vida), descubrí uno de mis superpoderes (por llamarlo de una manera): un día estaba sentada en el piso leyendo, esperando a que empezara mi clase de violoncello. En eso, llega un chico con el que tomaba clases, que de hecho no recuerdo su nombre, y dudo que él supiera el mío. Se sentó junto a mí, empezamos a platicar de las clases, y cuando menos lo esperé, empezó a contarme algunos de los problemas que lo estaban agobiando. Problemas que de verdad se ve que llevaba cargando por buen rato. Problemas recios, te digo. Yo lo único que pensaba era “¿pero por qué me cuenta esto?”.  Después de una hora, nuestros maestros llegaron y nos despedimos. Posteriormente, me doy cuenta de que él no regresa a clases. O al menos no lo volví a ver, pero es raro porque yo casi nunca faltaba y dudo que él se haya cambiado al horario matutino, pues trabajaba. Esta dinámica se repitió con muchas personas en mi vida, pero no sólo conocidos, sino incluso con gente que tengo segundos de conocer.  Lo que he notado, pues, es que muchas veces la gente me toma como un agente de confianza, y se desahogan. Se toman un respiro, por así decirlo. Y ha pasado tantas veces en mi vida, tantas, que ya me es imposible pensar que es una coincidencia. Y no sé, me hace feliz pensar que a veces la gente tiene descansos cuando se encuentran conmigo. Y por eso mismo, desde joven, me hice MUY BUENA guardando secretos. Nunca he contado NADA que alguien me haya dicho en estos fulgores de sinceridad. Es una manera de agradecer al destino poder conocer a a gente de una manera tan profunda y hermosa.

2. La primera vez que fui de viaje por trabajo, fue a Los Angeles. Yo no tenía ni la más absoluta idea de cómo viajar sola. ¿Tomar taxi? ¿Shuttle? ¿Cómo llego al hotel? ¿Tengo que dar mi tarjeta de crédito? Iba completamente inundada de dudas en la mente y mucha incertidumbre. Para mi fortuna, me encontré con otra periodista, que me dio algunos tips para viajar. Me indicó cómo llegar al hotel, ya que ella había reservado su transporte en un shuttle que iba lleno. Por mí vino otro, en el cual me hice amiguita de un chico de Nueva York, Dos niñas que venían de Fiji, otro chico de Filipinas y otro chico que no recuerdo de dónde era, pero vivía en los Ángeles. Este último era sumamente platicador y a todos nos llamaba por nuestros nombres (más o menos como en Zombieland). Por fin llegamos a mi hotel, nos despedimos todos y nos deseamos suerte. Después de un proceso largo para registrarme en el hotel, no sabía ni qué hacer. ¿Ir a caminar? ¿Turistear? ¿Mejor quedarme a dormir, aterrada de no estar en casa? Para mi nula experiencia en Los Angeles, no sabía que mi hotel (el hermoso W, al cual ahora le guardo un profundísimo amor), estaba en una zona mega céntrica. Le pregunto a un guardia a dónde podía ir y me dijo “llega a la esquina y dobla a mano izquierda, quizás ahí veas algo”. Fue directo, y al ver a la izquierda: Hollywood Boulevard en su apogeo. De repente sentí mucha paz. Tantas películas y series con este escenario, y me sentí un poco realizada. Yo, Elsa, estoy en Los Ángeles. Y desde entonces, ese punto, esa sensación en el corazón, fue lo que me quitó el miedo a viajar sola.

3. Todas los domingos en que salía a recorrer la colonia Roma, que siempre terminaban con un helado de queso mascarpone con mora azul.

4. Todas las noches en que salía de fiesta, y regresaba a casa con el delineador corrido, los pies destrozados de tanto bailar y los labios hinchados de tanto besar.

4. Una vez fui a una boda en la noche, en una playa. Ya entrada la noche, decido ir a caminar por la playa con unos amigos, la cual estaba en completa oscuridad. Llegó un momento en que las luces de la fiesta estaban tan lejanas, que lo único que nos daba luz era la luna. Tropezando por la arena, alcanzamos a ver un muelle, al cual fui caminando con mucho cuidado hasta el borde, donde vi una de las cosas más sorprendentes que he podido captar con mis ojos: la luz plata de la luna se reflejaba por completo en el mar, y daba la sensación de que yo estaba flotando, pues el muelle era ya imperceptible en ese punto. El mar se veía como una serie de ondas y las estrellas se veían como pequeñas esferas moviéndose. Yo sentía (lo juro, y ni estaba ebria, es imposible embriagarte en la playa, ¿no?) que estaba en un éter viendo todo. Fue una mezcla de felicidad, una sensación etérea, y también mucho terror (¿flotar sobre el mar?).

Decidimos regresar dando pasitos chiquitos por el muelle, esperando con los corazones que nuestros pies pisaran madera cuando avanzábamos, y la angustia terminó cuando llegamos a la arena. Poco a poco, al ir notando cómo aumentaba el volumen de la música y ver a los demás invitados bailar, fue más o menos como regresar de ese trance.

Un trance que me encantaría volver a vivir.

IMG_5172

Breves reflexiones sobre la cuarentena I

IMG_3194. 22

 

1. He empezado y borrado este texto innumerables veces. Al parecer no hay manera de escribir sobre la cuarentena, que no sea con un dejo de tristeza. Tampoco es que busque decir algo cómico, pero si de por sí me cuesta mucho trabajo hilar ideas, poder decir de una manera genuina todo lo que he sentido durante este encierro, sin un dolor en el corazón, (pero al mismo tiempo un poco de paz, en ratos donde me siento calmada por la ausencia de algo que no he descifrado) es casi una tarea imposible. Por supuesto, es un tema recurrente en terapia, y lo que hemos visto en las sesiones, ha sido tratar de resignificar todo lo que el encierro y el alejamiento implican en mi vida. Y ya sabes, lo de siempre: no enfocarse en todo lo negativo, no clavarte en lo que no estás viviendo, hacer que cada segundo sea un día a la vez. Y es que justamente la cuarentena me agarró en un punto de despegue y de descubrimientos tan abrupto, que es imposible no irte a dormir pensando en esa frustración. Es como cuando estabas jugando Super Mario World en Nintendo hace algunos ayeres, y de repente tenías que ponerle pausa al juego, porque tenías que hacer otra cosas (la mayoría de las veces te llamaba tu mama). Esa pausa que te interrumpe de algo que realmente estás disfrutando: así se siente todo esto.
(Super Mario World, dicho sea de paso, ha sido uno de los juegos que me ha acompañado durante este encierro conmigo misma).

2. Hay días que son como oleadas. Van tristezas, llegan alegrías. Van noches de sueño profundo, vienen insomnios atroces. Vienen días llenos de inspiración, van días donde estoy convencida de que no sé hacer nada. Son oleadas durísimas de una playa a la que no estoy muy segura de cómo llegue. Y son justo los días difíciles los que trato de evadir con todas mis fuerzas, pero me convenzo que también debo sentirlos, debo vivirlos. Me descubro a veces haciendo todo lo posible por huir de ellos, pero entonces dejo que mi mente fluya y trato de descubrir por qué vienen tantos pensamientos negativos a mí. ¿Qué me inquieta? ¿Qué es lo que me da miedo ver en este inmenso mar viscoso de inseguridades?

3. Un programa sumamente terapéutico: ‘The Midnight Gospel’. Hablan de todas esas cosas con las cuales me gusta clavarme: los contextos a los que somos arrojados, la vida, la muerte, los desahogos. Me impresiona a niveles que encuentro medicinales. Ejemplo: un día estaba muy enojada por una situación verdaderamente tonta. Tonta, te digo. Antes de responder de una manera violenta y agresiva (traducción: escribir un emoji enojado en WhatsApp), decido sentarme a comer y ver un episodio de ‘Midnight Gospel’ antes de continuar con mi rabieta. Y qué sorpresa: un episodio dedicado al silencio, y la manera en que dejamos que las cosas sin importancia tengan un peso inaudito en nuestras vidas. Respirar, escucharte, analizar y dejar ir. Ahí está todo.

Respiro, dejo ir una batalla que ni me correspondía, y decido ser lo más madura posible. Incluso borro una nota de voz, y accedo a escribir “dejémoslo para el lunes”.

El confinamiento me ha hecho pensar qué cosas valen la pena y qué no. A veces, entra esa Elsa (necia, como rayo del sol que entra por la persiana del cuarto de una persona desvelada) que se muere por demostrar que vale algo, que sirve para algo. Pero la Elsa que desea una vida tranquila y pacífica trata de tranquilizar ese rayo acomodando la persiana.  Hay exigencias en este mundo, de las cuales a veces quisiera escapar, pero una parte de mí se ve más motivada que nunca a alcanzar esas expectativas.

(Es muy curioso pensar en el mar como un lugar de calma, pero también como este fenómeno de olas violentas que vienen y van, que ejemplifican a la perfección esto que llamamos vivir).

4. He pintado un poco. Ahora trato de ser un poco más detallista en las cosas. Poner sombras, delinear mejor. Incluso ahora meto un poco más de Photoshop. En la ilustración para este post, juego con las capas y meto diamantina. Claramente hice este dibujo en un día de oleaje bueno. Los días malos son para rumiar las penas en la cama, sin computadora ni pinceles. Son días en que los gatos duermen su décima siesta, y yo la vigésima.

5. Me dicen recientemente en una entrevista que hice, que a todos nos tocó vivir esta cuarentena con las personas que debíamos pasar esta cuarentena. Y como la-persona-que-no-cree-en-las-coincidencias que soy, me resuenan mucho esas palabras. Las personas con las que nos ha tocado estar más de 80 días encerrados, ¿son las que nos van a enseñar eso que la vida ha tratado de decirnos, casi a golpes? No es ley universal, pero en mi caso, quizás esta batalla eterna que he tenido conmigo desde hace 32 años ya tenía que terminar. No es que llegue a un estado zen, pero sí uno donde diga “ya, Elsa, ya”. Y ha funcionado en ciertos momentos: cuando veo mis videitos de yoga (amo cuando la chica dice “this is a moment of love for you”, ¡y sí!), o cuando me hago desayunos ricos. Cuando bailo frente al espejo, incluso cuando me armo de valor y limpio todo el departamento, que es mi hogar. 

De cierta manera estoy encontrando un lenguaje conmigo.

También entiendo que la vida puede ser extremadamente fútil, que pocas cosas deberían quitarme el sueño y que es válido pedir un tiempo fuera cuando la realidad me rebase. He aprendido a ser paciente, incluso si no sé cuál es el premio. Si es que lo hay. O si es que debería existir uno.

Alguna vez escuché que la vida siempre te pondrá en el mismo problema una y otra vez, hasta que seas capaz de enfrentarlo de la manera correcta (¡como en el episodio 5 de Midnight Gospel!). Quizás en estos 83 días (circa), he aprendido, al menos, a verme de una manera más compasiva. Incluso amorosa.

Todo está en resignificar.