Hace 16 años salió a la venta uno de mis discos favoritos, de una de mis bandas favoritas: el ‘Hail To The Thief’ de Radiohead. Y recuerdo de una manera tan clara ese día, tan clara como el cristal: estaba todavía en la prepa, usaba faldas tableadas, calcetas blancas, era una escuela de monjas. Además de amar a Radiohead locamente, estaba en mi etapa dark, por lo que las faldas aterciopeladas y labiales negros eran mi vibra, y tenía un mundo nuevo por descubrir. Y claro, ya era la etapa final de clases ese año, por lo que sólo teníamos que ir una hora al día, específicamente a hacer los exámenes de algunas materias, y el día del lanzamiento tocaba hacer el de Psicología. Me recuerdo como una joven muy inteligente, pero muy dispersa; sacaba calificaciones buenas, pero no excelentes. Y no porque no pudiera, pero había cosas más interesantes en el mundo que sentarme a hacer la tarea o estudiar. Había videojuegos, había televisión, y mi banda favorita anunció el lanzamiento de un nuevo disco. ¿Quién querría estudiar lo que dijeron Freud o Lacan?
Y llegué al examen. Fue algo extraño, porque en mis recuerdos la maestra que teníamos era malísima. Todos la odiaban y ella nos odiaba, la relación más extraña de ese semestre. Unas clases antes, ella nos había dado el examen para que viéramos qué es lo que iba a venir, pero todos pensamos que era una trampa. ¿Qué tal que nos aprendíamos el papel de memoria, y al final ella cambiaba todas las preguntas? Era una maestra terrible, era imposible confiar en ella ¿Qué clase de trampa es esa? No era buena maestra, y no necesariamente por ser alguien que usaba como ejemplos de comportamiento lo que había pasado la noche anterior en la novela de ‘Rubí’ (¿quién soy yo para criticar su didáctica?) sino que en serio se mostraba como alguien nefasto. Pero no: resulta que ese fue el examen, lo hicimos, y no sé si saqué diez, tal vez un ocho, lo que importa es que ese suplicio había terminado. Luego pienso que quizás sólo quería librarse de nosotros y no ver nuestras caras en un extraordinario. Que ahora en la vida adulta la entiendo 100% si lo hizo por esa razón.
En fin, que al final corrí con la madre directora a decirle que ya había terminado, que nadie iba a pasar por mí y que si me daban permiso de irme inmediatamente, a lo cual ella dio el acceso, sin problema alguno. Era la primera vez que me sentía un poco adulta, sin saber que a los 31, rentando un departamento y tratando de exigir lo que merezco, eso, para que veas, sí es propio de la perra vida adulta.
Y corrí, con mis calcetas blancas hasta la rodilla, flats negros, falda tableada, chaleco azul y ojos delineados, a comprar el nuevo disco de Radiohead a Galerías Insurgentes, el refugio de los chicos de prepa de paga. Ahí también fue una de las primeras veces que sentía cómo la personalidad tipo A me afloraba por completo: nadie, nadie, nadie me iba a ganar ese disco. Nadie. Pensaba que habría una fila eterna, que todos nos mataríamos por conseguir las ediciones especiales, y que al final todo sería como un club de la pelea de chicos que siempre iban a la sección de “Alternativa” del Mixup, lugar donde ponían a Radiohead, y todas esas bandas que al final les daba mucha pereza calificar.
Pero qué sorpresa: no había nadie, sólo dos chicos, ambos con una mohicana y chamarras de mezclilla y yo. Era como si a nadie más le importara el lanzamiento, o si realmente ese Mixup no fuera famoso para ir por los discos de edición especial. Llegué exactamente unos diez minutos antes de las 11. Ambos veíamos cosas alrededor en las tiendas que parecían atrapadas en el tiempo, y que incluso hoy en día siguen ahí. Abrieron el Mixup…
Y sí, ahí estaba, el ‘Hail to The thief‘.
Era un disco comprado con dinero de mis domingos. Eran estas cosas las que tanto me emocionaban. Las que de verdad me daban un sentido, en esa edad tan joven y sin-sentido. Tres personas en una tienda, comprando un disco, de una banda que cambió la vida de tantas personas, incluida la mía. Era parte del rito, era parte de esa generación. Corrí a mi casa, y fui directamente a mi cuarto en el piso de arriba, a escucharlo. Era imposible escucharlo objetivamente; sea lo que sea que hicieran, todo me gustaba. Me gustaba el arte, me gustaba el sonido, me gustaban las letras. There’s always a siren / Singing you to shipwreck (Don’t reach out, don’t reach out) / Steer away from these rocks / We’d be a walking disaster (Don’t reach out, don’t reach out). Todo en el mundo era tan difícil de descifrar, pero estas letras me hablaban, directo al corazón. Era cuando más entendía que uno es adolescente, porque adolece. Pero ahora mismo que escribo este post, cuando veo que canto las palabras de memoria mientras suena el disco en mi tele (ahora por Spotify, con el disco guardado en mi librero)… es cuando siento que todavía me habla. Todavía hay un hilo que nos une, de esa Elsa en su cama escuchándolo, y esta Elsa de 31 –casi 32– que se le mueve el corazón con una obra así. Hypocrite opportunist / Don’t infect me with your poison.
Hay recuerdos felices de esa época. Otros al parecer muy tristes, que he guardado como quien tiene pereza de recoger el polvo de su hogar y lo mete abajo de un tapete. Y cosa curiosa: justamente hoy en la mañana que desayunaba, veía un episodio de Orange Is The New Black. Pennsatucky le dice a Suzanne: “hay veces en que la mente cambia los recuerdos tristes por los felices, nada más para que no te termines suicidando” (no puedo citarla textual, ya que es un episodio que no se ha estrenado y es confidencial, pero va más o menos así). Y estos recuerdos, con estas canciones, con esas vivencias. La Elsa con el uniforme, la que soñaba en grande, la que ansiaba conocer el mundo, la que muchas veces la tuvo difícil, la que le pedían no hablar de nada. La que escuchaba este disco, la que se preguntaba por todo. ¿Fue una época buena o una mala? ¿Qué tan objetiva soy con mi pasado? Quizás lo sabría si hubiera tenido una buena maestra de psicología, no sé.
(Felices 16 años, ‘Hail To The thief’. Hasta donde recuerdo, es una gran edad. Imposible si mi mente me lo pone así para que no me mate, pero no atosigo. Disfrutémoslo así).