Pirata

  1. Cuando conocí a Pirata, era un gato muy enojado. Muy, muy cabreado, debería decir. Al menor roce humano se hacía para atrás en la transportadora que lo tenían y ponía una mueca de verdadero terror. Se ponía tan erizo, que lo primero que pensé fue que se parecía un montón a Begbie, el personaje de Trainspotting.
  2. Begbie, lejos de caerme bien, se me hacía intrigante esta adicción a la violencia con la que vivía: peleas a puño limpio, tacos de billar, navajas… para él, cualquier cosa puede ser un arma si usas la imaginación. Así, vi a ese hermoso gatito blanco y negro tan, TAN enojado con todo, que pensé “jaja, eres bien Begbie”.
  3. Pese a lo gracioso y lo bien que le quedaba ese nombre, mi humorcillo nada listillo me llevó a ponerle Pirata por la ausencia de su ojito derecho. Eso, y porque amo las historias de Piratas. Era lo mejor y lo más adecuado, pero para esa etapa llena de rabia e ira, mi mente siempre regresaba a Trainspotting, y a Begbie con navaja en mano.
  4. Y aún con todo el escenario en contra (o que eso parecía), después de un poco de papeleo y un proceso que me dejó en estado de shock (y que sin Graciela, ese camino a casa hubiera sido más apocalíptico de lo que fue), llegué a mi departamento (aquél que era de Polly Pocket) y donde habitaba la soledad, ahora habíamos dos seres conviviendo en el mismo espacio. Ante la advertencia de “es un gato tan enojón, que quizás es feral” y la amenaza de que podría morir asesinada a patas de un gatito ninja, pensé “bueno, sigue siendo mejor que un roomie”.
  5. Pasó el tiempo, y como bien dijo alguna vez mi amiga Gabriela Damián, “a todas las cosas vivas las toca el amor”. Los primeros años no fuimos la familia perfecta, y fueron contadísimas las veces que se me acercó. Pero luego llegó Sorata y finalmente tuvo una amiguita con la que compartía su cama-donita y con la que tomaba el poco sol que entraba por la ventana de ese hermoso departamento. Posteriormente ya comíamos los tres, veíamos televisión los tres. Después empezaron los problemas de salud de Pirata, pero la libramos con ayuda de mi mamá y mi tía. Llegó la pandemia, y la vivimos los tres juntitos. Me vieron cocinar, me vieron llorar, reír. Dormimos juntos, escuchamos música juntos. Éramos familia.
  6. Para el último año en el antiguo departamento Pirata ya no era Begbie, sino que era un gatito ronroneador que amaba los mimos. Robaba atún, robaba jamoncito. Veía intrigado la tele, se bañaba con mucha enjundia. Todavía costaba atraparlo para darle un abrazo o un besito en la nariz, pero esa ya era su personalidad, y eso estaba bien. La familia se trata de amar, sin importar qué.
  7. Cuando nos mudamos al nuevo departamento, ya los tres éramos otros. Sorata era un torbellino de energía, Pirata era un gato súper amoroso, yo era una mujer que finalmente cerró un ciclo, para abrir uno nuevo. Nuevo trabajo, amistades, red de apoyo. Otro mundo.
  8. Aquí, en este nuevo hogar, a las 8 de la mañana entra un sol furioso por la ventana, y el atisbo que me hacía sentir que lo estaba haciendo bien en la vida, fue el primer día que vi a mis gatos dándose un bañito de sol frente a una ventana enorme donde existe una guerra declarada contra una ardilla y que lo único que hace que la paz reine, es el cristal que separa los dos mundos. Una guerra silenciosa, un sol radiante, dos gatos. La vida puede ser, diría Cortázar, bien café con leche.
  9. Recientemente Pirata se enfermó. Algo irreversible. La medicina, lejos de la esperanza de curar, era para retrasar su partida (¿aunque no es lo mismo? ¿No es sanar, acaso, una manera de retrasar la muerte?). Ya hablé de esto hace poco, pero ahora me queda claro cuál era mi miedo. La pregunta incierta que te da la certidumbre de que la muerte vendrá: ¿cuándo va a pasar?
    Y ese cuándo fue el martes 28 de marzo.
  10. Noches antes, me fue inevitable ver lo delgado que Pirata estaba. Cuando lo acariciaba, su columna vertebral se sentía como una marimba, una especie de gatito musical. Noches antes, noté que estaba más ligero, ya no era el mismo gato gordito que hacía que se me durmieran las piernas cuando se sentaba encima de mí. Noches antes, un poco apagado, inapetente, se acostó encima de mí, y me pasó esta idea: “qué raro. Eres como hueso y alma”.
  11. Un día antes de que todo pasara (hay que decirlo, sin miedo: antes de que su muerte pasara), no sé por qué traía tanto Trainspotting en la cabeza. No sé si era el soundtrack, el acento de Ewan McGregor, quizás algo cósmico. Pero el domingo en la tarde puse la película, y la vi con él sentado en mi panza. En algún momento se bajó del sofá, tambaleante, vomitó un poco y ahí fue donde la rueda de la fortuna nos llevó para abajo.
  12. Todo fue muy rápido, humano, digno. Pau (su increíble veterinaria, grandiosa mujer) llegó con él en su transportín. Iba a pasar. Cris y Mariana, presentes, ayudando. Iba a pasar. Yo acostada en el sofá, abrazando el pequeño cuerpo de ese gato al que le había prometido cuidarlo, y que ese cuidado se tradujo en un hogar, en comida, en Sorata, camitas, juguetes. Su sushi de peluche con catnip. Dormir juntos, despertar con él sobre mi estómago. Ver películas juntos, que se sentara en mi regazo mientras yo leía un libro. Que me viera dibujar, escribir, pintar, jugar Nintendo. Hubo muchas cosas, y todas ellas eran la representación del amor.
  13. Y amor también es dejar ir.
  14. It was written that I would love you / From the moment I opened my eyes / And the morning when I first saw you / Gave me life under calico skies / I will hold you for as long as you like / I’ll hold you for the rest of my life.
  15. Cuando todo acabó, no quería dormir. Dormir significaba que al despertar sería un nuevo día, y que el mundo iba a seguir sin Pirata. Ahora seremos Sorata y yo, al menos por un rato, y nos faltará nuestro Pirata. Esa noche dormí sin ese peso extra sobre mi pecho, y lo extrañé como nunca antes había extrañado algo.
  16. Pero todo bien. Todo bien, porque Pirata llegó a mí para vivir bien, y el escenario que se hubiera desatado ante la necedad de no soltar, hubiera sido inimaginable. Se fue como un gato amado, que disfrutó de baños de sol, croquetas ricas, latitas que huelen a chilorio. Fue un gatito de la colonia Roma. Un gatito con labial marcado de tantos besos que le di. Un gatito que conoció a mis amigos, a mi familia, y que todos ellos lo quisieron mucho también. Un gatito que fue tocado por el amor.
  17. Él se fue. Y no sé en qué retorcido universo ando, pero encuentro un poco de consuelo en Trainspotting (ya sé, suena extraño, ni hay necesidad de señalarlo. ¿Pero qué te digo? Diversos son los caminos del duelo). Es la película que casi lo bautiza, la última película que vimos juntos. Pero para este punto, soy Mark Renton.
    Tomar todo, decir adiós.
    (Amé a una mascota, fui correspondida; tomo el amor, digo adiós).
    Aquí empieza todo. Going straight and choosing life.