(Además de las cosas personales,
este post contiene spoilers
de ‘Devilman Crybaby’.
Fuera de invitarlos a leerme,
los invito a verla y compartir
mi obsesión por este animé)
Una de las cosas que siempre me han aterrado en la vida es esta creencia (de origen desconocido, pero seguro hay un trauma no resuelto por ahí) de que para todo en la vida sólo tenemos una oportunidad, y si la dejas pasar, es el fin. Así, tajante y sangriento, EL FIN, como si el destino se modificara por completo sólo por UNA decisión. ¿Cuál? Imposible saberlo. Sí, ahora que lo escribo me parece más neurótico que nunca, pero me ha pasado desde que tengo memoria: ante la oportunidad de decir un “te amo”, un “te odio”; en una entrevista de trabajo, en juntas, conversaciones, en cualquier respuesta importante. Es como si cualquier decisión fuera a definir eso tan temido que es “el resto de mi vida”, pero no sólo eso: implícito va el miedo de arruinar “el destino”, como si con un suspiro borrara lo que se supone está escrito en piedra.
Pero es justo ese tipo de ideas las que anulan atisbos más esperanzadores en los que también creo, como el de tener segundas oportunidades, aprender de los errores o recordar con cariño aquellas decisiones tomadas con ingenuidad y juventud… aunque creo que esto último nunca cambia: veo gente a los 40, 50, tomando decisiones con el mismo miedo que un niño que no sabe cuál dulce aceptar a los 7 años. ¿Hay esperanza? Quizás todos los caminos son difusos hasta que te adentras a ellos.
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Veo en Netflix un animé que se llama Devilman Crybaby. Me la habían recomendado, había visto escenas, reseñas, datos curiosos, pero como siempre, las cosas llegan en el momento correcto que debes vivirlas, y yo ahora mismo ando con mi mindset más etéreo que nunca.
Veo este animé, lo consumo como una droga y dejo que se incruste en mi corazón, como cuando te enamoras perdida y visceralmente. Por momentos la serie peca de ser rápida; hay cosas que pudieron ser desarrolladas de una manera apacible, pero quizás lo digo como consumidora: quiero tener más y más.
En fin, como buena historia con referencias bíblicas, tiene millones de interpretaciones. Lo político, lo social, la fe, el amor. Pero en lo que no dejo de pensar está vinculado directamente a lo que menciono en el párrafo que abre este post: la manera en que nos vamos moviendo por la vida tomando decisiones, las consecuencias que traen y lo que podemos aprender de todo eso. Ya aplicado en ‘Devilman Crybaby‘, me parece fascinante esto: la manera en que se nos muestra un Satán que tiene que aprender una serie de cosas, y que sólo en la dimensión de lo humano será posible.
(A propósito de esto último: es curioso que en la mayoría de las cosmovisiones religiosas –desde los griegos hasta ahora– está la idea de que un Ser Etéreo entiende algo sólo cuando se mezcla con lo humano. La religión, al ser una narrativa que nace de nuestra mente, AMAMOS pensar que algo en lo etéreo está completo hasta que vive lo errático que es ser una persona que se equivoca, que cede a las pasiones y que se angustia. Es como si todo lo humano fuera fascinante. Y lo es, pues, lo es).
En la religión (¿especialmente la católica?) siempre está la batalla entre Dios y Satán. Dios, el Ser Perfecto, en ocasiones el Dios Vengativo. Luego, Satán: el ángel caído que se atrevió a desafiarlo. La historia cursi del bien y el mal. ¿Pero hay manera de no ser tan maniqueístas y que esta historia no sea sobre eso? ¿Es difícil pensar que la caída de Satán no es un castigo, sino una especie de estrategia donde entenderá el mensaje de un Dios no bueno y misericordioso (como empalagosamente se nos enseña), sino Neutro y Perfecto? Y mejor aún: esta lección que aprenderá Satán en Devilman Crybaby, llegará gracias a la experiencia de ser una persona. Como ángel cae del cielo, pero llega al mundo en una forma humana: Ryo Asuka.
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Ryo Asuka vive con Satán dormido en su corazón, y tiene la (¿mala?) fortuna de conocer a alguien que moverá su parte humana: a Akira Fudo. Amigos desde la infancia, Akira detiene la mano de Ryo cada vez que tiene el impulso de matar a cualquier ser vivo que se cruce en su camino; los años pasan y Ryo no sólo aprenderá a controlarse, sino que aprende a amar. A amar a Akira. Y no sólo eso: A amar de verdad, pero será consciente de eso hasta el peor de los momentos posibles.
Incluso así empieza la serie, con esta frase:
“Love doesn’t exist. There’s no such thing. Therefore, there’s no sadness”
Aún con este amor que está latente pero no consciente, Ryo se mueve por la vida impulsivamente, de acuerdo a los planes que tiene su parte demoniaca dormida. Incluso hay un momento en que –humano, arrodillado– se pregunta por qué está haciendo todo lo que está haciendo. Su parte humana no entiende qué pasa, pero la de ángel caído sí: como el rebelde, como el que desafió a Dios, va por la vida tomando decisiones pésimas, orillando al mundo a la psicosis, porque su objetivo como demonio es el fin del mundo. Incluso Ryo, en uno de sus ratos de lucidez demoniaca, lo acepta.

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Ryo Asuka revienta botellas y apuñala a los asistentes de un rave (hermosamente llamado “Sabbath“), porque sabe invocar demonios. También abraza efusivamente a Akira tras amenazar a un grupo de chicos con una metralleta. Es un chico que a la velocidad de la luz pasa de la violencia a comentarista deportivo, después sicario y luego vocero diplomático; se mueve como el agua entre la gente, escala sus jerarquías sin problema alguno (hay algo en la maldad que puede fluir como sangre en las venas de la sociedad). Pero aún con todas sus disociaciones que se presentan en cada episodio, hay una luz entre las ranuras de su corazón, y de su parte humana nace un plan para salvar a Akira del plan apocalíptico: fusionarlo con el demonio Amon, para que cuando llegue el fin del mundo, puedan estar juntos.
Como Satán, el plan es arrinconar todo para que el Apocalipsis ocurra. Pero en ese plan no estaba Akira. Así, un humano logró infiltrarse en ese imposible corazón.

Y ahí está, el mejor regalo que puede hacer el Rebelde: puedes quedarte, cuando Todo acabe. Pero esto es algo que Akira no acepta, mucho menos con todas las desgracias que conlleva para su parte humana: Akira, quien tuvo que enterrar la cabeza de la chica que “amaba”, asesinada por una turba iracunda. Akira, quien tuvo que presenciar la muerte de su familia adoptiva, y asesinar a la propia. Akira, quien tuvo que experimentar lo que es el deseo demoniaco no consumado, y no poder saciarlo de una manera humana y disfrutable, sino impulsiva y extremadamente violenta. El problema, parece ser, es que Akira seguía siendo más humano que demonio, mientras que Ryo era más demonio que humano. Y no cualquier demonio: era Satán.
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Todo el tiempo se nos dice en ‘Devilman Crybaby‘ que los demonios son impulsivos. El sexo explícito, las muertes sangrientas, moverse a diestra siniestra. Todo es muy animalesco y por instinto, sin los titubeos de lo humano. Y en este discurso, a cuentagotas se nos dice una y otra vez que Ryo es inmune a las emociones, especialmente el amor, pero más bien parece que aún no las entiende.
En un episodio, Akira tiene que luchar contra una demonio llamada Silene que era pareja de Amon. Es una pelea mortal, donde Akira es casi aniquilado, pero Silene no alcanza a dar el golpe final y muere antes de asesinarlo. Ryo lo busca a la mañana siguiente y lo encuentra tirado, aún con vida. Al acercarse al cadáver de Silene, Akira le pregunta a Ryo si los demonios pueden amar, a lo que él contesta que no, que ellos sólo son impulsos, casi que se mueven por el mero olor de la sangre y el sexo. Y Akira –tan humano, sabio y errático– responde “A mí, me parecía amor” mientras ve a Silene petrificada. Claro: ¿cómo podría Ryo/Satán saber si eso era amor? Porque la lección la va a aprender hasta que él pierda algo que ama, como Silene perdió a Amon.
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A diferencia de esta cruel realidad que vivimos donde el fin del mundo va lento (si es que alguna vez llegamos a eso), en ‘Devilman Crybaby’ el Apocalipsis sucede en un pestañeo. Rápido, cruel, sangriento, con lo peor de la humanidad y lo peor de lo etéreo ocurriendo de manera simultánea. Disparos, guerra, suicidios, homicidios, luces en el cielo, demonios matándose entre sí, todo por el despertar de Satán, ocasionado cuando el corazón humano de Ryo Asuka es invadido por el terror de esta idea: dentro de mí vive un demonio. Y es ante esta conciencia donde vemos su verdadera forma: un ser intersexual, un ángel plateado de doces alas.

Contrario a la clásica simbología, aquí Satán no es rojo y negro, no es horrible, no es aterrador: es hermoso, cautivador, fascinante. Como el fin del mundo, justamente. Y es cuando todas las piezas caen en su lugar: su sensación ajena al mundo, el impulso de matar (detenido siempre por Akira), la manera en que no entiende la razones humanas, todo es por el demonio que habitaba en él. Recurro al manga, donde él cree que sólo conoce el odio y el miedo, pero no: desafortunadamente también llegó a conocer el amor y la clemencia.

Akira, al confrontar la traición de Ryo, es advertido por Satán: una batalla con él será mortal. ¿Por qué no aceptar su regalo, la posibilidad de quedarse en este mundo demoniaco, fusionado con Amon? Akira no puede, porque el lado humano es el que lo gobierna, y es cuando empieza una batalla donde Satán no sabe lo poderoso que es y termina por dividir a Akira en dos. Lo que él unió, él mismo lo separó.
La siguiente escena es Satán acostado junto a un Akira perplejo bajo una noche estrellada, señal de que la humanidad ha desaparecido. Satán habla y habla de la luna, de los recuerdos que tiene de su infancia, de miles de cosas que aún siendo demonio, es una conversación profundamente nostálgica y melancólica. Y sin recibir respuestas, Satán hace la pregunta más triste: “Akira, ¿por qué soy el único que está hablando?“. Es triste, porque se la hace a un torso humano, ya sin vida. Fue imposible separar al demonio del humano, porque así no funciona esta dualidad. Todo termina con Dios mandando a sus ángeles a limpiar lo que Satán hizo.
No, aquí viene la corrección importante y la que cambia por completo TODO: lo que Satán VOLVIÓ a hacer.
Sí, esto ya había pasado.

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Al final de los créditos en el último episodio, está la imagen de un nuevo planeta tierra con dos lunas. Y es que ya había pasado un fin del mundo.
Del primer Apocalipsis surgió la primera luna (todo lo vimos al inicio del primer episodio) y ahora con esta nueva destrucción, el mundo vuelve a surgir, ahora dos lunas en la órbita.
En varios sitios, análisis, reviews y foros (como buena nerd, los he leído todos) me encuentro varias veces con esta conclusión: que El Dios vengativo decide que este es el verdadero castigo de Satán, repetir una y otra y otra vez esta historia, conocer el amor y sentir cómo se le resbala por los dedos, asesinado por él mismo sin fin alguno, hasta que el mundo se llene de cien lunas. Pero hay una parte de mí que piensa que ni Dios es vengativo, ni es esta idea cursi de bondad: lo que le ha dado a Satán (y a la humanidad, porque todos estamos en este mismo maldito bote), es una segunda oportunidad para tomar mejores decisiones en un nuevo mundo. ¿O será que estoy siendo muy optimista?
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Para esto, recuerdo ‘Midnight Gospel‘ (otra JOYA, también en Netflix). Hay un episodio ESPECTACULAR en el que encuentro varias similitudes con esto de elegir mejores caminos. En el episodio “Annihilation of Joy”, Clancy entra a una prisión existencial donde conoce a un prisionero llamado Bob y su “soul bird” llamado Jason. En esta prisión, Bob está destinado a morir una y otra y otra vez, y en cada muerte es juzgado por dos seres que me recuerdan a las Moiras, la divinidades de la mitología griega que definían la vida de los seres humanos (todo conecta, qué locura). Conforme Jason aprende a avanzar en su camino sin que las cosas se conviertan en un baño de sangre, es como podrá liberarse de esta prisión y ser libre, todo mientras nos hablan de espiritualidad, Hinduismo y Atman (Clancy pregunta en algún momento “¿Tiene que morir de esta manera?” Y Jason responde “sí, hasta que logre descifrarlo”).
Así, aprendiendo de los errores y haciendo mejor las cosas… ¿Hay manera en que podamos cambiar nuestro destino?
Como la frase con la que abre ‘Devilman Crybaby’, se menciona esta idea de Buda en ‘Midnight Gospel’: “We think we exist. Therefore, we suffer”. Es interesante que el silogismo de ‘Devilman Crybaby’ anula una emoción y concluye la ausencia de algo tan punzante como la tristeza. Y en ‘Midnight Gospel’, da el supuesto de que creemos estar en una realidad, y por eso sufrimos.
Por supuesto que estas historias son extremas al plantearse en un Apocalipsis o en una prisión existencial de un multiverso… pero en esencia, creo que la idea principal es que las oportunidades no paran de llegar, y que son elecciones únicas, que no arruinan nada o destruyen cosas. Sólo están y las tomamos. Y eso está bien. Vamos haciendo el camino.
Y por un segundo, todo deja de ser neurótico.

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No dejo de pensar en Devilman Crybaby. No dejo de pensar que es la historia de amor tan intensa que desemboca en el fin del mundo. Pero al final quizás, sólo quizás, ahora Satán tiene una nueva oportunidad de hacerlo mejor. No sé si nuevamente habrá un Akira, una Miki, los demás personajes. Pero así como cuando Satán despierta y recuerda todo lo que pasó en el primer fin del mundo, probablemente volverá a despertar y recordar el segundo, ahora con el atisbo de un amor que él mismo mató. Y quizás ya no habrá un tercero, porque ha entendido lo humano, y sabe el precio del “making awful life choices”.
Y quizás así funciona la vida, ¿no? Regreso a mi primer párrafo: pienso en mi angustiosa insistencia a que cualquier “sí” y “no” de mi parte puede ser CRUCIAL. Cualquier “te amo” y “te odio”, cualquier cosa que haga o no, podría desembocar en El Fin de TODO. Pero la cosa es que cada elección, más bien, es redireccionar el camino. El miedo a que todo sea un callejón sin salida se desvanece, cuando pienso que habrá más y más y más oportunidades y decisiones, todas igual de importantes. Se me clava esta frase que desespera a muchos cuando la digo en voz alta, pero que a mí me da una fugaz paz: no pasa nada.
¿Y si me equivoco en algo? No sé, ¿qué es lo peor que puede pasar? ¿El fin del mundo? Si eso sucede… bueno, quizás –como Satán– pueda volver a tener la oportunidad de elegir mejor. Y eso está bien, incluso si me lleva diez lunas alrededor del mundo aprenderlo.
