Breves reflexiones III

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Mi proyectito final de un curso de acuarela con influencia japonesa 🙂

  1. Estos días me ha dado mucho por pensar en todas las cosas que no viví. Algo así como la nostalgia de todo lo que no fue. Son una serie de ideas que se van haciendo más intensas conforme pasa la cuarentena, encerrada en mi departamento, pensando en todas las fiestas a las que no estoy yendo, los platillos que no estoy probando, la gente que no estoy besando.

    Y bueno, no es como que no sepa de dónde nace esto, y aquí es donde les cuento algo medio personal: durante mi adolescencia, a mis papás les dio una etapa de sobreprotección que, la verdad, aunque sé que venía de un lugar amoroso, yo lo hallaba asfixiante. Antes vivíamos muy lejos de todos los lugares a donde me invitaban (una hora en coche si bien nos iba, ni quiero contarles cuando entré la preparatoria, los largos trayectos matutinos eran casi bíblicos), pero incluso cuando ya nos mudamos a una parte humana de la Ciudad de México, la sobreprotección siguió. La dinámica era irme temprano de las fiestas, de los conciertos, los after eran algo prácticamente imposible. Era beber poco, o tratar de fingir la mejor sobriedad posible, incluso aunque el aroma a vodka me delatara. Era no fumar mucho, era drogarme temprano para llegar a casa sobria.

    Era Tremendamente (así, con mayúscula) cansado.

    Poco a poco fueron cambiando las reglas; y aunque las cosas se fueron aligerando, llegamos al punto de mi independencia, acompañada de una deliciosa libertad, la cual  ahora tengo… pero que no puedo vivir.

    Y está bien, hablamos de una pandemia… pero qué sed de vida me da.

  2. Algo que he aprendido de mí: la noche y yo siempre hemos tenido una relación hermosa. Desde que recuerdo, he amado los conciertos, las fiestas. Me gusta beber, me gusta muchísimo bailar. De esta manera, ahora resulta evidente el que me fuera deslindando de las reglas de casa, para empezar mi propia vida nocturna. A cuentagotas fui descubriendo lo que de verdad me gusta.

    Por supuesto que la independencia no encuentra su única razón de ser en las fiestas y el baile, pero sí en esta manera de decir “me toca a mí recorrer este camino”.

  3. Una idea que a veces me conflictúa durante la cuarentena: si bien me encantaría tener un poco de contacto humano y de apapachos, lo cierto es que me la he pasado bien conmigo misma. Muy bien, de hecho. Me preparo cosas ricas, me consiento (escribo esto con una mascarilla de té verde para la piel de mi rostro), estoy terminando de ordenar mis cosas (y mi vida) y paso el rato en una tranquilidad que estaba perdiendo con los traslados diarios, las juntas eternas, los requests de mi tiempo y de mi vida. La cosa es, pues, que me la paso bien conmigo, menos cuando extraño de una manera punzante lo que me ha arrebatado este encierro.
  4. Tuve miedo de escribir el punto anterior, porque otro descubrimiento que he hecho en esta época, es que no puedes escribir ese tipo de cosas sin antes pedir perdón. Debes dejar en claro que eres consciente de tus privilegios y que mencionar que extrañas una fiesta o ver un amanecer con los sentidos alterados es algo tremendamente superficial, y quizás rematar con darte dos latigazos. Cada vez que hablo de algo así en terapia (¡ahora online!), comienzo con “sé que hay cosas más importantes en el mundo que mis duelos…”, pero mi terapeuta me interrumpe: “estás en un lugar seguro, y esto también es importante. Nadie te juzga, tampoco te juzgues”. Y sí, ¿no? Este blog es mi espacio también, donde nada se dice con malicia: se habla desde un corazón sintiendo el mundo, y que adolece por todo: por lo mío y los demás. Por lo mío y los demás.
  5. Siguiendo con el punto 1, no necesitan decirlo: ya sé que uno no se pone “al corriente” con las cosas no vividas del pasado. Las experiencias, experiencias son y que esas fiestas cuando era darketa –donde sonaba 45 grave y Scary bitches– quizás ya no vuelvan (cada que voy al UTA, verlo tan pequeño, es un poco descorazonador), pero a lo que me refiero es que  ahora hay nuevas oportunidades, listas para ser tomadas… eso, hasta que llega una pandemia, una pandemia atroz que está haciendo cosas terribles afuera.
    Y luego pienso en mis amigas que ya no pudieron hacer sus tours de promoción por los proyectos que tanto les costó terminar. Pienso en esos primeros besos que no se están dando, pienso en esas clases en las que muchas personas no están descubriendo su verdadera vocación. Pienso en la gente que no tiene a dónde ir, la gente que está en problemas graves.
  6. Otra cosa: Ya le he dicho adiós a Berlín. Adiós a ese año de anticipación de planes y corazonadas, porque debo admitir que había algo en ese viaje que me llamaba. Algo me decía que mi vida iba a dar un giro, o al menos iba a regresar con el corazón en pleno vuelco, porque era –justamente– un viaje de  libertad, donde aprendería a soltar: pasarme a otro país como si de otro lugar por mi colonia se tratara; conocer la vida nocturna europea, beber, besar, bailar. Era un viaje con una expectativa que iba más allá de lo convencional: era un llamado al que le hice caso. “De todo esto”, escucho en terapia, “recuerda las cosas buenas que te pueden pasar cuando haces las cosas siguiendo tu instinto”. Lecciones que no se deben ir, por más que te las quieran arrebatar.
  7. He tomado algunos cursos online de acuarela. Acabo de terminar uno de influencia japonesa, y ya terminé mi primer proyectito (que encabeza este post). Hay algo que no me convence del todo, ¿será que me falta trabajar en texturas? ¿mi necedad en usar tinta china? Pero ahí voy. En esta ocasión, hice una escena que vivía cada martes: regresando de alemán a las 9 de la noche en metrobús, siempre le escribía a Julia que después de un día largo, me merecía un famoso esquite de la esquina de Insurgentes y Taxco, en la Roma, con harto cacahuate enchilado. Es un momento que extraño mucho; era un ritual antes de llegar a casa.
    Ahora todos los días son en casa.
  8. Por último: se rompió una de las patas de mi mesa. En otro momento me hubiera soltado a llorar, pero tuve que pensar rápido porque tenía una junta (ugh) por Zoom. Así que le puse kola loka y resistol blanco en el borde, en lo que consigo pegamento de vidrio industrial. Y, supongo, hay una buena lección de vida en esta acción: por el momento, se trata de hacer lo que se puede, con lo que se tenga. Ya habrá tiempo de tener lo que debes.
    Y ya habrá tiempo de llorar, también, claro.